martes, 29 de septiembre de 2020

Pablo Müller (Bilbao, España, 1961)

 

 

                 LA SANGRE EN LA BOCA

 

Es la sangre, el hilillo que cae

junto a la lágrima rabia

por la cara abofeteada,

del joven grande, con los ojos rápidos

que asustan al guarda del patrón,

y desde ese miedo vuelve

a golpear, despacio, sin pausa,

para conquistar su miedo, el miedo

del nadie, el miedo

que lleve al trabajo por miedo

a perder el sustento de la soldada.

 

Esa es la última sangre de jornal para el amo,

Víctor Ortiz en el otoño marcha del pueblo,

sigue el murmullo de los doce mil mineros,

que rompen el hierro y la carne al cielo

abierto para el inglés.

 

 

 

 

EL VÍNCULO Y EL TERRITORIO

 

Gertrudis a la que llamaron Felixa por error:

un nombre que suena a postre y nueces

y que rompía los palos apoyándolos en la rodilla,

y leía todos los días el periódico de ayer.

Ese es el nombre de mi territorio.

Como el suyo era Manuela en el agosto del pan,

Francisco y su vino de enero.

 

Cecilia que habla en varios de los idiomas

de los pájaros, y era pequeña como las ardillas,

y en su mirada recogía miedos al instante,

y los envolvía en mantequilla y azúcar.

Cecilia es el nombre de mi pueblo,

el lugar desde donde se enuncian los derechos

y deberes de mis vecinos los barrenderos.

Como el suyo era Victor que en su boina se posaban

las palomas para preguntar el camino de vuelta,

los grillos que estropeaban con su canto el estruendo

de las explosiones de la dinamita.

Como el suyo era Marcelina pequeña niña de las minas

como la letra bordada en el rojo hierro,

que con su media sonrisa escarbaba,

las patatas viejas del huerto del frío.

 

En la memoria que dejó José y sus dos corbatas

del mismo color: una para los días tristes y otra

para salir a pasear con el hijo ciego.

 

En la memoria de Severo, los días serios y Marcelino

para los alegres y que confundía los nacimientos

de sus hijos porque siempre se llenaban las calles

del tumulto de la esperanza.

 

Esos son los nombres de mis territorios:

por cada uno de la tierra de donde les expulsaron,

donde les hicieron dolor,

por cada uno de la tierra donde vivieron,

hay un lugar que llenaron

de vínculos y palabras, de gestos y bienvenidas:

de una conversación con el deseo de vivir.

 

 


                   En Pan y Hierro. 4 de agosto Ed. 2019

 

 

 

                 (Fuente: Voces del extremo)

 

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