miércoles, 30 de septiembre de 2020

Miroslav Holub (Chequia, 1923 - 1998)

 

 

Cementerio judío de Olšany,
tumba de Kafka, abril, soleado

 

Bajo los sicomoros indagan

algunas palabras vertidas de la lengua.

Abandono próximo

y por ende pétreo.

 

Un hombre viejo en la puerta

con aspecto de Gregorio Samsa,

que no se metamorfoseó,

entrecierra los ojos a esa

luz desnuda

y a cualquier pregunta responde:

 

Perdone, yo no sé,

no soy de Praga.

 

 

 

Bodegón vespertino con protoplasma

 

Las casas se cubren

del liquen del crepúsculo,

el noticiero de la radio

trepa por las fachadas,

canta la hamburguesa.

 

El protoplasma llamado

así-es-la-vida

saca de todas las ventanas

protuberancias con avizoras cabezas de viejas,

engulle transeúntes,

penetra en las camas de la casa de enfrente,

absorbe lágrimas, añicos de riñas,

embarazos y abortos,

mancha carricoches y televisores,

se inflama con los precios de los huevos,

se hincha, mucoso, de adulterios,

separa exosporas

eso-en-nuestros-tiempos-no-había.

 

Y aún de noche fosforece

como mar muerto desecándose

 

Entre edredones, mermeladas y estratosfera.

 

 

 

Mosca

 

Posada en el tronco de un sauce

observaba

un trozo de la batalla de Crécy,

rugidos,

resuellos,

gemidos,

taconazos y caídas.

 

Durante la decimocuarta carga

de la caballería francesa

se apareó con un mosco ojopardo

de Vadincourt.

 

Se frotaba las patas

a lomos de un caballo destripado,

reflexionando

sobre la inmortalidad de las moscas.

 

Se posó, aliviada,

en la lengua azul

del duque de Clairvaux.

 

Cuando hubo caído el silencio

y solo el susurro putrefacto

rodeaba los cuerpos

y un par de brazos y piernas,

respingando,

se fajaban aún bajo un haya,

comenzó a poner huevos

en el único ojo

de Johann Uhr,

armero del rey.

 

Y en esas

la devoró un vencejo

que huía

de Estrées en llamas.

 

 

 

(Fuente: Revista Altazor)



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