domingo, 27 de septiembre de 2020

Lyn Hejinian (California, EEUU, 1941)

 

 


fragmento de Mi Vida


En cuanto a nosotros           Derramas el azúcar cuando alzas la
que “amamos ser
sorprendidos”                      cuchara. Mi padre había llenado un
viejo frasco de boticario con lo que llamaba “vidrio marino,” pedazos de botellas viejas redondeados y texturados por el mar, abundantes en las playas. No hay soledad. Él se entierra en la veracidad. Es como si uno salpicara en el agua perdida por sus propias lágrimas. Mi madre había trepado al cubo de basura para aplastar el desperdicio acumulado, pero el cubo resbaló, y al caer quebró su brazo. Sólo pudo encogerse levemente de hombros. La familia tenía poco dinero pero comida suficiente. En el circo sólo los elefantes eran más grandes que todo lo que yo había imaginado. El huevo de Colón, paisaje y gramática. Ella quería uno donde el patio de recreo fuera sucio, con césped, oscuro por un árbol del que colgar un neumático como columpio, y cuando lo encontró me envió allí. Estas criaturas son compuestas y nada de lo que hagan nos debe sorprender. No me importa, o no me importará, dónde el verbo “cuidar” pueda multiplicarse. El piloto del pequeño avión se olvidó de notificar al aeropuerto de su aproximación, así que cuando sus luces se concentraron en la noche, las sirenas de incursión se dispararon, y toda la ciudad en esa costa oscureció. Él estaba tomando una ración de agua y la luz se estaba haciendo mortecina. Mi madre estaba de pie ante la ventana observando las únicas luces visibles, girando por sobre la ciudad oscurecida en busca del aeropuerto oculto. Infelizmente, el tiempo parece más normativo que el lugar. Respirar o sostener el aliento era lo mismo, manejando por el túnel desde un sol hasta el otro bajo una caliente colina castaña. Ella puso al sol al bebé por sesenta segundos, dejándolo desnudo salvo por una gorra de algodón azul. Por la noche, para cerrar las ventanas a la vista de la calle, mi abuela bajaba las persianas, nunca soltando las cortinas, una gasa demasiado almidonada para colgar debidamente. Yo me senté en el alféizar cantando sunny lunny teena, ding-dang-dong. Afuera está un mago envejeciente que necesita una bandeja de hielo para volver vapor su aliento erizado. Él rompió el silencio de la radio. Por qué habría cualquiera encontrar la astrología interesante cuando es posible aprender sobre la astronomía. Lo que pasa uno en el Plymouth. Es el viento que cierra de golpe las puertas. Todo eso es casi incomunicable a mis amigos. Velocidad y verosimilitud de la garganta. Veíamos un modelo o meramente una apariencia de pequeños veleros blancos en la bahía, flotando a tal distancia de la colina que parecían no avanzar. Y por una vez a un país que no hablaba otro idioma. Seguir el progreso de las ideas, o esa particular línea de razonamiento, tan llena de sorpresas y correlaciones inesperadas, era de algún modo tomarse unas vacaciones. Todavía tenías que preguntarte adónde habían ido, puesto que podías hablar de reaparición. Un cuarto azul es siempre oscuro. Todo en el paseo de playa disparaba hacia el cielo. No era específico a ningún año, pero bastante temprano. Un orfebre alemán cubrió con tela un pedazo de metal en el siglo XIV y dio la humanidad el primer botón. Era difícil entender esto como política, porque actúa como el trabajo de una persona, pero nada es aislado en la historia –ciertos humanos son situaciones. Están tus dedos en el margen. Sus procedimientos al azar levantan monumentos al destino. Todavía algo sorprende cuando el verde surge. El zorro azul ha ocultado su cabeza. La aliteración de inocuo y armonía. Dónde corre mi jalea. No te puedes demorar “en el cordero.” No puedes determinar la naturaleza del progreso hasta que no congregues a todos los parientes.
 
 
 
 
MY LIFE DE LYN HEJINIAN
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
[nota introductoria para el libro My Life/Mi Vida de Lyn Hejinian, editorial Bonobos, traducción de Brian Whitener y Sergio Tellez, revisión de Jen Hofer]
Cuando la poeta californiana Lyn Hejinian tenía 37 años de edad escribió un texto autobiográfico al que tituló, de manera por demás obvia y por demás sucinta, My life. Tal texto se componía de 37 secciones hechas, a su vez, de 37 líneas. Ocho años después, cuando se publicó la segunda edición, My life alcanzó las 45 secciones, cada una de las cuales incluía, naturalmente, 45 frases.
My life, se sobreentiende, no es una autobiografía convencional.
Predeterminada y altamente personal al mismo tiempo, la estructura de My life encarna, como alguna vez lo quisiera Gertrude Stein de toda escritura, la materia misma del escrito. Esta decisión estética muestra dos de las características más importantes en el trabajo poético de Hejinian. Por una parte está ahí, en efecto, la vocación irreverente y experimentalista que tanto caracterizó a los poetas que formaron parte del L=A=N=G=U=A=G=E, un grupo disímbolo de creadores vanguardistas que convergieron en las páginas de la revista del mismo nombre hacia el último tercio del siglo XX y sobre todo en la costa oeste de los Estados Unidos. Charles Bernstein, poeta y teórico que tanto discurrió sobre la necesidad de extrañizar los efectos de la escritura y de resaltar la mediación ineludible del lenguaje a través del resaltamiento de su propia opacidad, es tal vez el nombre más conocido entre todos ellos. Aunque también se reconoce como poeta del lenguaje, aunque un tanto incómodamente, a Michael Palmer, entre tantos otros. Por cierto tiempo, Lyn Hejininan fue la cabeza femenina de tal grupo sin grupo.
Por otro lado, aparece también en My life la motivación personal e intransferible que le da a esta autobiografía una inteligibilidad de la que carecen algunos de los otros trabajos seminales de los poetas L=A=N=G=U=A=G=E. La forma de My life, cuya medida no sólo es la edad de la autora sino también, y por consecuencia, los cambios en la edad de la autora, emerge como principio de composición de una manera imposiblemente natural.
Podría hasta creerse, por ejemplo, que la estructura de la autobiografía nace de forma directa del tiempo vivido por la autora—una especie de absceso corporal que, concentrando la materia vivida, la despliega, sin embargo, de otra forma que es, por supuesto, la forma de la escritura. Queda claro así el vínculo entre la vida vivida de Lyn Hejinian (todos esos años) y el proceso de escribir la vida vivida como escritura.
Maria Zambrano que dijo tantas cosas bien, diferenció también entre la violencia del pensamiento filosófico que empieza como pasmo ante las cosas y termina, si termina en algo, arrancándose de ellas, y la vocación heterogénea y múltiple de la poesía. “El poeta enamorado de las cosas se apega a ellas”, sugería Zambrano, “a cada una de ellas y las sigue a través del laberinto del tiempo, del cambio, sin poder renunciar a nada: ni a una criatura ni a un instante de esa criatura, ni a una partícula de la atmósfera que la envuelve, ni a un matiz de la sombra que arroja, ni del perfume que expande, ni del fantasma que ya en ausencia suscita”.
La criatura de My life, se sobreentiende, es una de esas criaturas irrenunciables.
En The Language of Inquiry, la colección de ensayos publicada en 1997, Hejinian se refirió a la poesía como el lenguaje que investiga el lenguaje. Argumentaba ahí también en contra de los sistemas cerrados y favorecía la función de la línea por sobre la preponderancia de la palabra propagada por cierta poesía moderna. Estos y otros temas de relevancia teórica constituyen objetos de exploración y principios de composición en My life, problematizando así la división a menudo artificial entre el lenguaje de la experiencia y la experiencia del lenguaje. De ahí, por ejemplo, la aparición y repetición e intercalación de líneas que, tal como lo afirmaba Ron Silliman en The New Sentence, no se siguen ni tendrían por qué seguirse lógicamente la una de la otra, pero que, ya atropellándose o desdiciéndose, ya batiéndose a duelo o adelantándose a lo que sigue, logran producir efectos intrigantes de sentido.
Esas líneas que inician en el margen izquierdo de la página y continúan hasta arribar al margen derecho de la misma ocupan el espacio que el ojo lector le asigna, con pasmosa frecuencia, a la prosa. Como esas líneas, por el contrario, no desarrollan una anécdota de manera lineal ni, de hecho, de ninguna otra manera, la mente lectora no tiene alternativa más que referirlas al mundo de la poesía. Así, ya materialmente o ya semánticamente, las secciones de My Life configuran una versión no normalizada de lo que se da en llamar prosa poética. En este caso tenemos a una prosa que se compone como poesía y una poesía que se despliega como prosa: ambos campos se piden prestado y, al entregarse, se combinan. Tal combinación, sin embargo, no resulta en una mezcla lista para una nueva forma de vigilancia estética sino en una tensión francamente irresuelta. Se trata, quiero creerlo así, de lo que Zambrano denominaba la “frágil unidad lograda” del saber poético. Se trata de “ese temblor que queda tras de todo buen poema y esa perspectiva ilimitada, estela que toda poesía deja tras de sí y que nos lleva tras ella; ese espacio abierto que rodea a toda poesía”.
Aunque algunos de los poemas de Lyn Hejinian ya habían sido traducidos al español, por ejemplo por la poeta tapatía Laura Solórzano, esta es la primera traducción al español, en forma de libro, de este clásico de la poesía contemporánea norteamericana. Se trata, pues, de la primera vez en que La vida de Lyn Hejinian cruza la frontera sur del estado en que reside y llega, gracias al compromiso delirante por la poesía que distingue desde siempre al catálogo de Bonobos, gracias a los traductores y, especialmente, gracias a la incansable labor y la radical generosidad de la poeta californiana Jen Hofer, hasta nuestros ojos. Hejinian, quien además de poeta y ensayista y profesora universitaria es una meticulosa traductora, debe saber que estamos a punto de iniciar un largo viaje. En un mundo en que el gobierno de los Estados Unidos ha mostrado un compromiso espantoso a favor de la violencia, es justo que los lectores de ese mundo podamos volver las páginas de un libro que, viniendo como viene de los Estados Unidos, encarna, sin embargo, los valores críticos e irreductibles del fenómeno poético. Zambrano, por supuesto, lo decía mucho mejor. Decía: Desde que el pensamiento consumó su “toma de poder”, la poesía se quedó a vivir en los arrabales, arisca y desgarrada diciendo a voz en grito todas las verdades inconvenientes; terriblemente indiscreta y en rebeldía.”
 
 
 
traducción: León Félix Batista
 
 
(Fuente: León Félix Batista) 

 

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