TÍTERE MELANCÓLICO
El telón se abre lentamente.
El escenario negro, intenso, desolador.
El Títere Melancólico va y viene por el proscenio; imagen desesperanzada. La
oscuridad es infinita y densa. El Títere es de lastimosa pequeñez.
No hay música.
Sólo se escucha el golpear de sus pasos y el latido de su corazón de madera.
Una luz blanca, brillante, sin mayor expansión que la de su delgadez, verticalmente
lo ilumina; parece otro hilo más que somete y ordena. El Títere
ama a pesar de saberse solo en el escenario, oscuro, manchado de sombras
por todo lo que le ha sido negado. Descubre un botecito de pintura, se
pinta la cara de blanco. Emprende un ejercicio de movimientos rápidos,
heroicos, jubilosos. Logra en esos minutos simular ser un títere feliz.
Alguien, una mano lejana y desconocida deshoja una rosa. El Títere se estremece,
solloza, recoge con los labios un pétalo y al contacto descubre lo
exquisito; imposibilitado para rehacer la rosa, asoma a la crueldad. La flor
es sólo residuos. Ensaya vivir con esos restos considerando que mientras
haya un fragmento, una partícula, se puede reconstruir: Imagina a la rosa
restaurada, plena, pero los pétalos esparcidos sufren el destrozo.
La luz se apaga y lo invade la sombra. Ensombrecido articula sus miem–
bros. Se adivina en él un intento de ser a pesar de esa oscuridad que
amenaza ser definitiva.
Su corazón gotea.
La delgada luz vertical vuelve a iluminarlo. Lo encuentra y lo señala ahí, tirado,
dormido sobre la rosa deshojada. Los hilos enredados y hechos nudos.
Despierta, se levanta encorvado, los brazos entrelazados en las piernas, la
cabeza vuelta hacia atrás.
Sin embargo, se mueve, trata de desenredarse, logra al menos la posición
correcta de la cabeza. Se duele de sí mismo, solloza…
Dios conmovido, se pinta la cara de colores, se viste de payaso y salta al escenario.
Hace cabriolas, pasea en monociclo, realiza piruetas sobre la cuerda floja.
El Títere,
doloroso, desconcertado, da pasos torpes. Lo mira muy de cerca
con incredulidad. Lleno de asombro trata de seguirlo. Dios le mete zan–
cadilla. El Títere cae. Dios lanza una mirada retadora hacia el público de quien espera
una carcajada. No hay risa en la sala. No logró su impacto
cómico. El Títere lo mira con tristeza, débil aplaude, trata de sonreír, suspira,
se estremece y llora.
Dios tira al aire un pañuelo negro, al recobrarlo saca de él una daga.
Corta los hilos al Títere, los hilos sangran: sangre callada de madera. El público
no solloza. No logró su impacto trágico.
Dios quiere ser aplaudido; de nuevo hace cabriolas, círculos con el monociclo,
piruetas en la cuerda floja, devora lumbre, danza parado de manos. Ninguna
reacción en la sala. Toma la rosa deshojada, la rehace,la transforma,
la cambia de colores, la ilumina. Se la lleva al Títere inarticulado, yacente.
No hay ya en él ni siquiera un ánimo contemplativo.
Dios, ahora triste, arrastra al Títere por todo el escenario, lo carga, lo suelta, lo
abraza, le llora.
Ninguna emoción vibra en el espacio de la sala. Ese único público, aburrido,
indiferente, se ha quedado dormido durante la función.
El telón borra al Títere Melancólico y a su inútil Dios vestido de colores.
Silencio absoluto.
Pero…
Nadie sale del teatro.
(Fuente: Círculo de poesía)
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