Cementerio judío de Olšany,
tumba de Kafka, abril,
soleado
Bajo los sicomoros indagan
algunas palabras vertidas de la lengua.
Abandono próximo
y por ende pétreo.
Un hombre viejo en la puerta
con aspecto de Gregorio Samsa,
que no se metamorfoseó,
entrecierra los ojos a esa
luz desnuda
y a cualquier pregunta responde:
Perdone, yo no sé,
no soy de Praga.
Bodegón vespertino con protoplasma
Las casas se cubren
del liquen del crepúsculo,
el noticiero de la radio
trepa por las fachadas,
canta la hamburguesa.
El protoplasma llamado
así-es-la-vida
saca de todas las ventanas
protuberancias con avizoras cabezas de viejas,
engulle transeúntes,
penetra en las camas de la casa de enfrente,
absorbe lágrimas, añicos de riñas,
embarazos y abortos,
mancha carricoches y televisores,
se inflama con los precios de los huevos,
se hincha, mucoso, de adulterios,
separa exosporas
eso-en-nuestros-tiempos-no-había.
Y aún de noche fosforece
como mar muerto desecándose
Entre edredones, mermeladas y estratosfera.
Mosca
Posada en el tronco de un sauce
observaba
un trozo de la batalla de Crécy,
rugidos,
resuellos,
gemidos,
taconazos y caídas.
Durante la decimocuarta carga
de la caballería francesa
se apareó con un mosco ojopardo
de Vadincourt.
Se frotaba las patas
a lomos de un caballo destripado,
reflexionando
sobre la inmortalidad de las moscas.
Se posó, aliviada,
en la lengua azul
del duque de Clairvaux.
Cuando hubo caído el silencio
y solo el susurro putrefacto
rodeaba los cuerpos
y un par de brazos y piernas,
respingando,
se fajaban aún bajo un haya,
comenzó a poner huevos
en el único ojo
de Johann Uhr,
armero del rey.
Y en esas
la devoró un vencejo
que huía
de Estrées en llamas.
(Fuente: Revista Altazor)