San Agustinillo
Donde quiera que fuéramos había perros, que daban la impresión de que alguien les había dado de comer pero les había negado el nombre. El sol se disolvía en la otra mitad del mundo. Mientras asistíamos a su partida, revoleábamos los brazos para espantar los jejenes. Sentía la carne caliente que era yo aprender a quedarse quieta a pesar del sudor. La vena nítida de tu cuello. El mar es lo contrario de Sísifo. Se nos ofrecía un montoncito de camarones, arqueados en un plato. Lo desmantelamos. Te vi en la hamaca paraguaya, radiografiado de oro. Dos cuerpos en el agua son dos cuerpos casi solos. Rosa nos contó del motoquero canadiense que había perdido las dos piernas en la ruta. Acá tienen el protector solar, el jugo de ananá. Mejor que tengan dos bebés, no uno. Siempre había lagartijas sobre las escaleras. Un pájaro cuyo canto repiqueteaba: “dejá-eso-ahí” o “ya-me-voy”. Los perros que escarbaban sus sombras en la arena. Dos cuerpos en el agua se pueden olvidar del miedo al agua. Flotan para que les den la bendición. Y se la dan. El breve resplandor que eso proyecta. Me quedó un moretón en un nudillo por golpearme bajando de una camioneta el día antes de salir para el aeropuerto. Con esa mano escribo.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg Dib
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