CRAWL (1982)
(Fragmento)
El espigón más largo, el aviso y el crawl
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis,
aunque comulgué como un ahogado,
mientras en una celda
de mi memoria arrecia
la lluvia del sudeste,
igual que siempre
embiste al sesgo a un espigón muy largo,
y barre el largo aviso
de vermut que lo escuda
con su llamado azul,
casi gris en el límite,
Para escurrirse por la tez del mundo
hacia los ojos de los nadadores:
dos o tres guardavidas,
dos adolescentes
y un vago de la arena que cortaron
con una diagonal
el mar desde su playa.
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
junto al hombro del kavanagh y de cara
a la escuela de náutica
y al plátano,
hacedores de fuego que me impiden
flotar con éste entre esos pocos hombres
que allá —solos y lejos con la punta
del espigón desierto—,
mecidos como sábanas
y cobijando, ingrávidos,
la vida en ese extremo
de monedero roto,
de chubasco enfrentado,
desasidos de todo
piensan en el regreso:
descansan; se dan vuelta —en silencio—, y se tienden
otra vez boca abajo,
con un brazo apagando los graznidos
de las gaviotas
y las alas.
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
contemplando unas sábanas
que sólo de mí penden
sin querer olvidar que en esta balsa,
de tiempo que detengo y de escafandra
con pasos de mujer,
nunca fui absuelto
en el adolescente y en el viento
ni en la cuerda del crawl, que de los hierros
cavernosos comienza
a separarse;
ni siquiera en las manos deslizándose
ni en el agua —que corre entre los dedos—
ni en los dedos, ligándose despacio
para remar con aprensión
de nuevo
allí donde no hay mesa para apoyar los brazos
y esperar que alguien venga
desde su pueblo a visitamos;
nadie fuma ni duerme, y —en días
de gran calma—
sobre el plato de un hombro
puede viajar un vaso.
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
y no me está mareando un sexo, una fisura,
sino una zona:
el patio de esa escuela
de náuticá sin velas —¡cuerpo solo!—
donde unos niños ciegos,
envueltos en miocardio,
con tambores y flautas
reciben a las costas;
la carne comentando,
ya hasta en la espalda,
el frío
—que asciende repentino donde parte el océano
y las yemas, heladas
en su Pudor se pierden—;
y el miedo que, en el vientre, de su piel hace párpado
—entre el ojo que tiembla
y el ojo del abismo—,
y es cordel, por el pecho, de la voz que naufraga
en el aire que hierve, despedido
como sangre,
en los pómulos tronantes.
Peces de cima,
cajas bamboleadas.
Las areneras, Jesucristo y el desagüe
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
aunque comulgué con los cosacos
sentados a una mesa bajo el cielo
y los eucaliptus que con ellos
se cimbran estos días bochornosos
en que camino hasta las areneras
del sur de la ciudad
—el vizcaíno,
santa adela,
la elisa—
(a la sombra hay un loco, y hay un árbol
muy alto
y alguien dice “cristo en rusia”)
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
aunque comulgué con los cosacos sentados a una mesa bajo el cielo
y los eucaliptus que con ellos se cimbran estos días bochornosos
en que camino hasta las areneras del sur de la ciudad
—el vizcaíno, santa adela, la elisa—
(a la sombra hay un loco, y hay un árbol
muy alto
y alguien dice “cristo en rusia”)
e insolado hablo al yo que está en su orilla,
ansío su aventura
en otro hombre,
y a la hora en que no sé si tuve esclava,
si busco a dios,
si quiero ser o serme,
si fui vendido a tierra o si amo poco,
sé que Él quiere venir pero no puede
cruzar —si no lo robo como a un banco
pesado de galeote—
esa balanza
que es tanta hacia ambos lados
atrancando mis puertas:
la abierta, marginal, no interrumpida
matriz sin cabecera
donde gateó la vida,
donde algunos gatean
y su alma sólo traga lo mismo que el mar traga:
aletas, playas solas e iguales, hombres débiles
y una pared espesa
de cetáceo y de fábrica.
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis
—De los labios colgado, o de la hostia—,
hospital retraído respirando;
Y, sangre en celosía, en ella dejo
pulsos, piel, carcajadas de cosacos
Que de mohamed no aceptan ser vasallos,
hasta besarme el Rostro en Jesucristo
Detrás de los cabellos del vago en la arena,
donde los confesores no caminan,
En mi conciencia, que tragué —sacrilego—
con Él, que ve el limón,
la cal, el sexo
—La puerta azul de gasa tijereteada, huraña,
de la casi casilla
que la belleza puso
En las costas del yo, que en sus muros enyesa
las huellas de gaviotas
de unas cuantas palmeras—
Y el ropero en la torre, el revoltijo de disfraces
ácidos contra el pubis,
no en las perchas,
que fue el amor tardío,
de un cajón de la tierra
Ya en Él, que hace mi ahora entre costillas
—como vendas de espacios sin memoria—
Dentro del caracol que usé de pecho
al lado de un diluvio,
en una mesa
De plana luz de Cuerpo descendido
y pétalos volando como llagas,
O en esa estrecha pieza, con un sapo,
donde brama el motor
ey no entra el viento
Y a ojos bajos, garganta con naranjas,
treguas de voz,
se acercan los caballos.
(Del libro "Obra Completa",
Ed. del Dock, 2003)
(Fuente: La biblioteca de Marcelo Leites)

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