NORTE
a una bahía en forma de herradura,
y tan sólo encontré los seculares
poderes del tormentoso Atlántico.
Y me enfrenté a las tentaciones
no mágicas de Islandia,
y a las patéticas colonias
de Groenlandia, y de repente,
aquellos fabulosos invasores,
los que yacen en las Órcadas o en Dublin
medidos con arreglo
a sus largas espadas oxidadas,
los que lo hacen en los sólidos
vientres de barcos de piedra,
los desbastados y relucientes
en la grava de arroyos deshelados
eran voces ensordecidas por el mar
que me alertaban, puestas en pie de nuevo,
de guerra y de epifanía.
La boca nadadora del alargado barco
iba boyante de postmonición—
decía el blandiente martillo de Thor
para la geografía y el comercio,
los espesamente urdidos vínculos y venganzas,
los rencores y odios
de la gran asamblea, mentiras y mujeres,
y el agotamiento al que llamaban paz,
memoria que incubaba la sangre derramada.
Decía, «Asentaos
sobre el montón de palabras, horadad
el destello y el dédalo
de vuestros pliegues cerebrales.
Construid en la oscuridad.
Esperad la aurora boreal
en la incursión profunda,
no la cascada luminosa.
Y mantened el ojo limpio
como el carámbano,
confiad en el tacto del trozo de tesoro
que han conocido vuestras manos».
Trad. Margarita Alcaraz
(Fuente: Lab De Poesía)
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