MELODÍA
Algo hay en el oído que lo obstruye, un lago,
el rumor de una planta, un sobrehueso no
humano, un animal acuático, una ella desnuda
reflexivo, un falso amigo y sus códigos semánticos
que día tras día imponen un propósito y el contexto
de la palabra tácita, esa que la vejez vacilante
no pronuncia pero podría describir el algo anterior
a la escritura de un hombre que se mide a sí mismo
y no puede su yo no ser oscuro. Ese bloqueo del alma
por culpa de su oído. ¿Dónde hallar la palabra que
reilumine cosas aunque sólo fuera para su solitario
goce? No nació para eso, nunca tuvo cualidades
intelectuales para crear una lengua, hacer -como
lo dice Stevens- que una almeja toque el acordeón.
O preferir -como lo hizo Girri- la expectativa a
la sorpresa, figurarse un ciego en el poema que
luego de prestarse a la droga conoce el Paraíso
pero sólo traza líneas, simplemente líneas, no
versos, no himnos. Líneas trazadas sin objeto,
no para describir, no para exponerse: escritura
sin filiación y sin destino, aunque atento siempre
al deseo de componer una melodía. Sólo para sí,
lisiada tal vez, pobre -como lo es su oído-, pero
suya, como si la pequeña cadencia de un oboe
soprano emitiera ese sonido no nasal, no ronco,
dulce, un último y acogedor recurso para ganarle
algo de tiempo al Tiempo, ya no buscar otra cosa
que esa melodía que multiplique infinitamente
sus amores humanos para así - instalado en
la cueva silenciosa, oculto en obra- no cederle lugar
a la sombra y llevar a la otra parte lo que más quiere,
el azul de un lago, un sobrehueso no humano, una
ella desnuda que musite obscenidades, sus hijos
retratados por sorpresa, unas líneas en las que aún
se oiga el rumor de la arauja, el jazmín tucumano
que cultivaba su madre en vasijas gigantes.
.....
(Fuente: Daniel Freidemberg)
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