Los Cuadernos de mi Hermano
y transparente, después
mi hermano mayor
murió por los pesticidas para la soja,
después mi madre comenzó a beber
y nos volvimos miserables.
El mundo rápidamente se hizo inmenso y lejano, intocable,
como las fogatas en las noches congeladas,
cuando saltábamos sobre las llamas
hasta que algo de la ropa se nos prendía fuego
y teníamos que revolcarnos en el rocío.
Sobrevivimos juntando chapas y metales
que apilamos en el fondo de la casa;
las palabras se nos fueron poco a poco
y sólo nos quedó
el ruido de la lluvia en la basura.
Mi hermano mayor
tenía los ojos enrojecidos
como si se llevara el último sol entre
las nubes del invierno
Aquí quedaron su manta, su hornalla,
los cuadernos manuscritos que nadie comprendía
y nosotros; niños sin nadie.
Aquí el viento de las esquinas,
aquí los hombres del pueblo
que beben en las mesas de cemento frente a la plaza;
sin que nada se transforme;
año tras año. Decía en un cuaderno:
“Vamos por un cáliz de madera
por una azotea sobre el aire marino.
Carguen nuestras alas las cenizas del volcán
sean nuestros pasos magias en las ciénagas de guerra
vuelva nuestro aliento a la clandestina ternura
con que se enamoran los justos y
se consuela a los desesperados.”
Comíamos papas asadas en el fuego
con algo de sal y grasa y cerveza robada.
Decía:
“Quizás no haya más belleza
que mirar a la desgracia
como una maniobra de los dioses
para hacernos sorprendentes.”
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