martes, 18 de febrero de 2025

Gonzalo Rojas (Lebú, 1916-Santiago de Chile, 2011)

 

tres poemas






 
 

Carbon



Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir
mi Lebu en dos mitades de fragancia, lo escucho,
lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces
cundo el viento y la lluvia me mecían, lo siento
como una arteria más entre mis sienes y mi almohada.

Es él. Está lloviendo.
Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor
a caballo mojado. Es Juan Antonio
Rojas sobre un caballo atravesando un río.
No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
como mina inundada y un rayo la estremece.

Madre, ya va a llegar: abramos el portón,
dame esa luz, yo quiero recibirlo
antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino
para que se reponga, y me estreche en un beso,                      
y me clave las púas de su barba.

Ahí viene el hombre, ahí viene
embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso
contra la exploración, muerto de hambre, allí viene
debajo de su poncho de Castilla.
             
Ah, minero inmortal, ésta es tu casa
de roble, que tú mismo construiste. Adelante:
te he venido a esperar, yo soy el séptimo
de tus hijos. No importa
que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
porque tú y ella estáis multiplicados. No
importa que la noche nos haya sido negra
por igual a los dos.

                     -Pasa, no estés ahí
mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.

~
 

Qedeshím Qedeshóth



Mala suerte acostarse con fenicias, yo me acosté
con una en Cádiz bellísima
y no supe de mi horóscopo hasta
mucho después cuando el Mediterráneo me empezó a exigir
más y más oleaje; remando
hacia atrás llegué casi exhausto a la
duodécima centuria: todo era blanco, las aves,
el océano, el amanecer era blanco.

Pertenezco al Templo, me dijo: soy Templo. No hay
puta, pensé, que no diga palabras
del tamaño de esa complacencia. 50 dólares
por ir al otro Mundo, le contesté riendo; o nada.
50, o nada. Lloró
convulsa contra el espejo, pintó
encima con rouge y lágrimas un pez: —Pez,
acuérdate del pez.

Dijo alumbrándome con sus grandes ojos líquidos de
turquesa, y ahí mismo empezó a bailar en la alfombra el
rito completo: primero puso en el aire un disco de Babilonia y
le dio cuerda al catre, apagó las velas: el catre
sin duda era un gramófono milenario
por el esplendor de la música; palomas, de
repente aparecieron palomas.

Todo eso por cierto en la desnudez más desnuda con
su pelo rojizo y esos zapatos verdes, altos, que la
esculpían marmórea y sacra como
cuando la rifaron en Tiro entre las otras lobas
del puerto, o en Cartago
donde fue bailarina con derecho a sábana a los
quince; todo eso.

Pero ahora, ay, hablando en prosa se
entenderá que tanto
espectáculo angélico hizo de golpe crisis en mi
espinazo, y lascivo y
seminal la violé en su éxtasis como
si eso no fuera un templo sino un prostíbulo, la
besé áspero, la
lastimé y ella igual me
besó en un exceso de pétalos, nos
manchamos gozosos, ardimos a grandes llamaradas
Cádiz adentro en la noche ronca en un
aceite de hombre y mujer que no está escrito
en alfabeto púnico alguno, si la imaginación de la
imaginación me alcanza.

Qedeshím qedeshóth,* personaja, teóloga
loca, bronce, aullido
de bronce, ni Agustín
de Hipona que también fue liviano y
pecador en África hubiera
hurtado por una noche el cuerpo a la
diáfana fenicia. Yo
pecador me confieso a Dios.

Qedeshím qedeshóth: en fenicio cortesana del pueblo

~

Tartamudeante



Corrupción y mártires, época mía la turbia 
con todas las galaxias por estallar, Orgía 
madre de la armonía antes, después 
de la vejez del gallo aleteante 
del dos mil, cúmplase 
en mí la ley alta, ciérrese 
el relámpago del aprendiz 
que voy siendo en mi átomo; 
cúmplase el cúmplase, cuélguenme de mi soga, 
arcángeles 
de Altazor y Maldoror, 
arrebátenme hasta lejos, y más lejos, 
donde ni el ojo vio, 
ni el oído oyó, ni el loco 
de Patmos 
en la consumación, hasta lo último, 
para vidente ver las multitudes, el 
derrumbe, que avanzan ciegas en manadas 
de serpientes aullantes de un lado a otro, perdido el Este
 y el Oeste, bajo el sucio sol 
del exterminio, las calles 
inundadas por los océanos, los 
oí canos huecos, una mariposa desconocida 
más grande que los bombarderos 
con garras de diamante, el horror 
de haber llegado a esto después de tanta 
fascinación por la nada, ¡Historia, 
musa de la muerte!

***

(Fuente: La comparecencia infinita)

 

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