"Dibujo del alma"
(Fuente: Jonio González)
(Fuente: Daniel Freidemberg)
Tristes calles derechas, agrisadas e iguales,
por donde asoma, a veces, un pedazo de cielo,
sus fachadas oscuras y el asfalto del suelo
me apagaron los tibios sueños primaverales.
Cuánto vagué por ellas, distraída, empapada
en el vaho grisáceo, lento, que las decora.
De su monotonía mi alma padece ahora.
—¡Alfonsina! —No llames. Ya no respondo a nada.
Si en una de tus casas, Buenos Aires, me muero
viendo en días de otoño tu cielo prisionero
no me será sorpresa la lápida pesada.
Que entre tus calles rectas, untadas de su río
apagado, brumoso, desolante y sombrío,
cuando vagué por ellas, ya estaba yo enterrada.
(Fuente: Biblioteca Ignoria)
(Fuente: Lab De Poesía)
Les he pedido a todos que descansen De todo lo que cansa y mortifica: El amor, el hambre, el átomo, el cáncer. Todo llega a tiempo a su tiempo. Les he pedido a los chicos más sosiego Menos risa y mucha comprensión para el juego. El barco no es tren, el gato no es cascabel. Quiero sentarme a leer en esta noche callada. La primera vez que leí a Franz Kafka Yo era una nena. (La familia lloraba.) Quiero sentarme a leer pero el amigo me dice: El mundo no soporta a tantos infelices. Ah, cómo cansa querer ser marginal Todos los días. Descansen, ángeles míos. Todo llega a tiempo A su tiempo. También es bueno ser sencillos. Es bueno no tener nada. Dormir sin desear No ser poeta. Ser madre. Si no se puede ser padre. Les he pedido a todos que descansen De todo lo que cansa y mortifica. Pero el hombre No se cansa.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg Dib
(Fuente: La comparecencia infinita)
Esta antología demuestra que Joseph Brodsky tuvo la inmensa suerte de ser bilingüe. Porque sus poemas son la prueba de que, gracias a esa diglosia, pudo revitalizar con singular desenvoltura el lenguaje heredado, así como elevar su poesía a una forma particular de metafísica.
En Zenda reproducimos tres piezas de Poemas escogidos (1962-1996), de Joseph Brodsky (Siruela).
***
Cerca de nuestro fuego, aquella noche…
«El cielo oscuro aligeró sus pasos
y no pudo fundirse con la sombra».
Cerca de nuestro fuego, aquella noche,
fue cuando vimos al caballo negro.
No puedo recordar nada tan negro.
Sus patas eran como unos carbones.
Del color de la noche, del vacío.
De la crin a la cola, todo negro.
Pero en su lomo sin montura había
un color negro un poco diferente.
Se quedó inmóvil. Como si durmiese.
Sus oscuras pezuñas asustaban.
Era tan negro que no daba sombra.
Nada había que fuese más oscuro.
Tan negro como espectro a medianoche.
O como el interior de alguna aguja.
Tan negro como el bosque ante nosotros,
o un lugar en el pecho, entre costillas;
hueco en la tierra para la simiente.
Lo negro habita dentro de nosotros.
Sin embargo, ¡sus ojos eran negros!
Los relojes marcaban medianoche.
No dio siquiera un paso hacia nosotros.
En sus ancas, la oscuridad sin fondo.
No se podía distinguir su lomo,
ni un destello de luz por ningún sitio,
solo el brillo azabache de sus ojos
y esas pupilas fijas, tan extrañas.
Era como lo negativo de alguien.
¿Por qué entonces detuvo su carrera
y estuvo con nosotros hasta el alba?
¿Por qué no se apartó de nuestro fuego?
¿Por qué el aire sombrío, enrarecido?
¿Por qué crujieron las oscuras ramas
y una luz negra brotó de sus ojos?
Un jinete buscaba entre nosotros.
[1962]
***
Einem alten Architekten in Rom (II y X)
II
La llovizna pellizca las hojas, los pedruscos,
la cresta de las olas. En su lengua burlona,
va murmurando el río, con peces aturdidos
que miran hacia abajo desde la barandilla
del puente, como si los hubiese arrojado
alguna onda expansiva. (Una marea sin marcas).
En su malla de acero, una carpa reluce.
Los árboles susurran frases en alemán.
X
No importa si una grieta ha comenzado a abrirse
entre tus sentimientos, o si tras la tristeza
lánguida estaba el miedo o un foso de maldad.
Porque en esta era atómica en que las rocas tiemblan
solo podrán salvarse los muros del hogar.
Se funden corazones con esa misma fuerza
que los mantiene unidos a un destino mortal.
Y tiemblas al oír que te dicen «¡Cariño!».
[1964]
***
1 de enero de 1965
Esta noche los Reyes olvidarán tus señas.
No habrá ninguna estrella que brille sobre ti.
Y tal vez solo puedas escuchar el aullido
ronco de la ventisca, como en los viejos tiempos.
Descargarás la sombra de tus hombros cansados
y apagarás la vela, justo antes de dormir.
Porque este calendario tiene muchas más noches
que velas disponibles.
¿Qué es esto? ¿La tristeza? Quizás sea la tristeza.
Esa vieja canción que sabes de memoria.
Que se va repitiendo. Deja que se repita.
Y déjala que vuelva a suceder de nuevo.
Y que suene también en la hora de la muerte.
Como agradecimiento de los ojos y labios
hacia aquello distante que a veces nos obliga
a entrenar la mirada.
Y contemplando el techo, te quedas en silencio:
el calcetín, colgado, exhibe su vacío.
Entiendes finalmente que tanta mezquindad
es solo garantía de que te has hecho viejo.
Que es demasiado tarde para creer en milagros.
Y al alzar tu mirada hacia el oscuro cielo
de pronto te das cuenta de que hoy el más sincero
regalo eres tú mismo.
[1965]
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Autor: Joseph Brodsky. Título: Poemas escogidos (1962-1996). Traducción: Ernesto Hernández Busto. Editorial: Siruela.
BIO
Joseph Brodsky (San Petersburgo, 1940-Nueva York, 1996) fue procesado por «parasitismo social» en 1964 y condenado a cinco años de trabajos forzados. Gracias a la intercesión de varios intelectuales, cumplió solo una parte de la pena, pero en 1972 acabó expulsado de la Unión Soviética. Tras dos breves estadías en Viena y Londres, se instaló en Estados Unidos, donde impartió clases en varias universidades y obtuvo una nueva nacionalidad en 1977. En 1987 recibió el Premio Nobel de Literatura.
(Fuente: Zenda Libros)
Antes tenía mi desgracia. Los dioses malignos me la quitaron. Pero entonces dijeron: “En compensación, vamos a darle algo. ¡Sí, sí! Es absolutamente preciso que le demos algo.”
Y al principio, yo no vi más que ese algo y estaba casi contento. Sin embargo me habían quitado mi desgracia.
Y como si eso no bastara me dieron un balancín. Y yo, que había dado tantos pasos en falso, me puse contento; en mi inocencia, me puse contento. El balancín era cómodo, pero saltar se volvió imposible.
Y como si esto no bastara, me quitaron mi martillo y mis herramientas. El martillo fue reemplazado por otro más liviano, y éste a su vez por otro más liviano todavía, y así sucesivamente, y mis herramientas desaparecieron una tras otra, incluso los clavos. Cuando pienso en la manera en que lo hicieron, todavía hoy me quedo boquiabierto.
Luego me quitaron mis trapos, mis botellas rotas, todos los residuos.
Entonces, como si eso no bastara, me quitaron mi águila. El águila tenía la costumbre de posarse sobre un viejo árbol seco. Y lo arrancaron para plantar árboles verdes y vigorosos. El águila no regresó.
Y se llevaron además mis chispazos.
Me arrancaron las uñas y los dientes.
Me dieron un huevo para empollar.
Versión: Silvio Mattoni
(Fuente: Biblioteca Ignoria)
(Fuente: Grover González Gallardo Poesía)
(Fuente: Cecilia Pontorno)