LUNES PARA NADAR
I
y a mí me gusta que cuelguen de la soga
porque comienzan a gotear
las horas y las languideces, y huele
a inercia, a lupa, a ceja arqueada.
Son tan formales los lunes, tan afines y, no obstante,
se encogen de hombros a menudo.
¡Ah, sus hombros redondeados, sus calcetines negros!
Alguna vez me beberé sus tulipanes en el subte.
II
Alguna vez nadé dentro de un lunes.
Me zambullí en la ene que flota en el enigma
y me acunaron de azul fúlmines voces.
Hundí la lengua en u, sangré sin alas.
Una plata muy débil cabalga sin descanso.
La nieve lamentaba un pez en mi garganta
y era un casto violín la voz de esa bengala.
Fui núbil sin saberlo nadando en ese lunes
y me apuné de soledad, nublé mi calma.
Una plata muy débil cabalga sin descanso.
III
Era verdad. Los lunes con sus cejas arqueadas
serían una pregunta y un asombro
goteando incertidumbres como algas.
Serían los lunes tan llenos de plumas
la válvula atascada de un lupín de luto.
Pero los lunes viajan en monóculo,
comen vainillas mojadas en labio de moneda
y aman las nubes y las blusas porque son tristes
y azules en el humo de abril.
Nadie ama los lunes. Yo tampoco los quise.
Hasta que empecé a subir por esa curva
de la luciérnaga lúgubre que en ellos se disuelve
y pude vislumbrar el buen sultán que lucen.
Dudé mucho los lunes. Los dudé holgadamente.
Aunque intuyo la ausencia de las novias,
yo sé que tienen velos, tienen tules.
Y aunque ellos huelgan, huelgan talismanes,
les pende un pulpo ascético y umbrío
y eso es lo que amilana a las mujeres.
Tan luego el lunes que adviene femenino,
culmina en largas uñas y una lengua tan dulce como un túnel.
Y está que llueven. Llueven por la u
pero no cortan –eso es cosa del jueves–,
llueven blandos y cultos en el tonel del mes
y a veces creo que esculpen. Silban
agua en plural, final ambiguo que les cunde
el buril de un señor Paulo y sus baúles.
Eso sí: no se ve que pululen pero crecen,
en los lunes,
la lana, la oruga y las legumbres.
(Fuente: Daniel Rafalovich)
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