Caído, como si despertara, a este planeta:
una infinita fuga en cuatro ruedas
hacia el fin de todo: un dato.
La pulverización del horizonte: dos.
El canto del zorzal (es la estación del año)
taladrando el alma, tres. Y cuatro: la gente.
Los mecanismos descompuestos, digo, las cápsulas
con las que se hacen los mundos,
todas falladas, íntimas, todas coleccionables,
el dios o chip que en el trasluz de todo vino
a dar cartas de nuevo
(¿qué se urde en los resquicios,
concreto,
qué anuncia lo que
no se sabe si anuncia?).
Se pisa plástico en descarte, a
falta de tierra: cinco.
Y el cielo ahí al cuete
por ser cielo nomás.
Si cayera o cayese
lluvia fina de ayer,
pura literatura, mojaría
igual que moja la palabra “mojar”.
¿No hay nada que decir, entonces?
Bueno, digamos eso: “nada”.
como para que empiece cada cosa otra vez.
Siete, ocho, nueve, etcétera, no importa.
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