de Tres Piernas
Yo no puedo hablar de mi corazón, porque ése órgano y yo estamos contrapuestos.
El ama cualquier cosa. La más mínima hormiga, la más tonta nube.
Los álamos meciéndose contra el viento lo aturden.
Unos ojos de perro que lo miren dulcemente.
Las nubes trepando las montañas.
Una aguilucha surcando el cielo lo hace planear.
Cuando
la vi supe con esa certeza incierta que era un reflejo de esta vida que
he sobrevivido, escuchando risotadas a mis espaldas, mientras me alejo
caminando con mis tres piernas.
Siempre creí que tener tres piernas era un regalo extraordinario.
Puedo correr velozmente como un chita.
Soy -aunque se rían de mí- el mejor corredor que hayan visto en este pueblo.
Yo le gano a los perros, a las liebres. Al tren.
de Nuestra madre
Nuestra madre, como nosotras, tiene dos polos. Uno alegre y otro más depresivo.
Uno que dice que sí a todo, y otro que le contesta que no.
Nuestra
madre cocina, lava, plancha. La otra lee, va a la peluquería y mientras
le arreglan el pelo, se lo lavan, se lo peinan, cierra los ojos y se
abandona a unas manos desconocidas, que de vez en cuando por el trabajo
que realizan, se confunden con una caricia. Entonces mi madre cierra los
ojos y su boca se destensa y una lágrima desciende de su ojo cerrado
por su mejilla hasta quedar colgando de su rostro, temblorosa, tomándose
el tiempo necesario para soltarse y caer hasta las baldosas negras y
blancas cubiertas de pelos.
Nuestra madre va
siempre a la misma peluquería porque tienen sillas Triumph de
Barcelona…donde alguna vez decía nuestra madre, ella se iría.
El
dueño del corazón de nuestra madre tal vez vive en Barcelona. Y por eso
ella quisiera irse allí. De él guarda unas viejas y amarillentas cartas
que relee cuando atardece. Así no siente que sea un peso vivir la vida
de nuestra madre.
de El viaje
Jamás aprendí a bracear.
No logro sostener el rostro bajo el agua y los brazos afuera al mismo tiempo. Aunque trate.
La desesperación que se anida secretamente, sale desbordada y entonces trago agua y toso.
Miramos las estrellas refulgir y apagarse y volver a refulgir, y
algo dentro se enciende y se apaga como si fuese besado fugaz por la
intermitente luz de un faro.
En mi rocoso corazón se golpean espumosos los recuerdos.
Todo huele a mar. Mi hermana y yo una ola.
Ni
estos brazos, ni estas piernas logran concentrar un movimiento tan
simple y monocorde. Por eso dejamos que el agua nos lleve. Flotamos la
mayor parte del tiempo.
Nuestro cuerpo es como un corcho abandonado a los requerimientos sensibles de las aguas.
Nada
tan desconocido, tampoco. La vida en tierra también me hacia flotar
como una hoja abandonada a los requerimientos de la vida. Sólo que yo la
hallo hermosa. Sé que ocurren cosas implacables. Pero la hallo
hermosa.
Cuando le digo al viento que deje de
soplar, el viento deja de soplar y el mar se aquieta. Entonces nos
quedamos flotando a la deriva. Imaginando que somos la cabeza bicéfala
del mar, cuyo cuerpo de agua infinita rebosa lejos de nuestros ojos.
Nada -dice mi hermana-
Y nado.
De Bracea, Lom, Santiago de Chile, 2007
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