SUNSET & HIGHLAND
una ardilla muerta sobre el pasto
frente al edificio de una secundaria
los ojos cerrados hormigas y los dientes
asomando en la boca entreabierta
las patas delanteras encogidas
y la cola enrollada alrededor del cuerpo
en forma de uróboros o de anillo suavísimo
al que envuelve concéntrico otro círculo
de pétalos hormigas y al lado hay un boceto
a lápiz de la ardilla doblado en cuatro partes
ya es mediodía en abril y a unos pasos dormita
un indigente en un sleeping miniatura
cubriéndose la cara con periódicos
mientras adolescentes negros y latinos
hacen acrobacias sobre los escalones
de la escuela en sus bmx y ríen y se filman
justo en el instante en que zumban helicópteros
y cruza una ambulancia dos patrullas
un carro de bomberos sirenas altavoces
autos deportivos autobuses naranjas
y turistas que parecen inmóviles excepto
el indigente que avanza tambaleándose
entre las bicicletas tendidas sobre el pasto
con dedos temblorosos hace una cruz de pétalos
alza a la ardilla hormigas la pone en la basura
y se guarda el dibujo en el bolsillo
CIUDAD DE CUARZO
Un hombre se refugia del sol bajo una parada de autobús.
La parada está frente a un negocio de hamburguesas
en la esquina de Vista y Santa Mónica. Es una estructura
de acrílico y metal, con una banca de acero inoxidable
dividida en tres partes iguales por barrotes, con el fin
de evitar que alguien se acueste sobre ella. Al mediodía
el hombre se sienta sobre el suelo recargando la espalda
contra el panel traslúcido con marco de aluminio
que anuncia un detergente en un paisaje de coníferas
con flores de lavanda y, al fondo, una cascada partiendo
una montaña. Sobre la banca alguien ha olvidado
un viejo ejemplar del libro más famoso de Mike Davis.
Ante el retraso de los autobuses, un grupo de personas
se repone y toma agua debajo del rectángulo de sombra.
El hombre se dobla a carcajadas mientras lee casi a gritos
pasajes del volumen a quienes esperan el autobús naranja.
Cuando amaina el calor la parada se va quedando sola,
salvo la ocasional anciana rusa con bolsas de verduras.
El hombre continúa riéndose y leyendo. Se golpea la frente
con el libro, buscando retener el murmullo de esas páginas.
Por la noche, el libro se disuelve en la banca de metal.
En el lugar que ocupó el hombre ha quedado impregnada
la silueta de su espalda y su cabeza. Hay luna y es agosto.
A la mañana siguiente una empleada municipal remueve
la silueta con el chorro a presión de una manguera.
Su chaleco amarillo luce enorme en su torso encorvado.
De sus audífonos escapa una canción que bailaba
en su país cuando era joven. Con un líquido verde
friega el piso, la banca de metal, las paredes de acrílico
donde ahora hay un anuncio de comida para perros.
del libro Sánafabich (Herring Publishers, 2019)
(Fuente: Low-Fi ardentía)
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