sábado, 29 de agosto de 2020

Carilda Oliver Labra (Cuba, 1922 - 2018)



Al niño que vende berros





No tienes padres, claro... Lo sé por tu indecisa
manera de mirar. Lo sé por tu camisa.

Eres pequeño y grande detrás de la canasta.
Respetas los gorriones. Un centavo te basta.

La gente va vestida por adentro de hierro.
No te oyen... Has gritado dos o tres veces: ¡berro!

Pasan indiferentes con bultos y sombrillas,
en pantalones nuevos y en blusas amarillas;

caminan presurosos hacia el Banco y el tedio
o hacia el atardecer por la Calle del Medio.

Y tú no estás vendiendo: tú juegas a vender;
y aunque jamás jugaste te sale sin querer.

Pero no te me acerques; no, niño, no me hables.
No quiero ver el sitio de tus alas probables.

Te encontré esta mañana al doblar de la Audiencia,
y ¡qué golpe me ha dado tu infeliz inocencia!

Mi corazón que era un poco de ilusión
ya es como berro mustio, como no corazón.






Anoche



Anoche me acosté con un hombre y su sombra.
Las constelaciones nada saben del caso.
Sus besos eran balas que yo enseñé a volar.
Hubo un paro cardíaco.

El joven
nadaba como las olas.
Era tétrico,
suave,
me dio con un martillo en las articulaciones.
Vivimos ese rato de selva,
esa salud colérica
con que nos mata el hambre de otro cuerpo.

Anoche tuve un náufrago en la cama.
Me profanó el maldito.
Envuelto en dios y sábana
nunca pidió permiso.
Todavía su rayo lasser me traspasa.
Hablábamos del cosmos y de iconografía,
pero todo vino abajo
cuando me dio el santo y seña.
Hoy encontré esa mancha en el lecho,
tan honda
que me puse a pensar gravemente:
la vida cabe en una gota.






El canto



Rómpanme los vestidos, quítenme la locura,
pulan con ese látigo mi sitio de estar sola,
tráiganme los infiernos, pongan mi cama dura;
no temo a los tiranos ni al cáncer ni a la ola.

Déjenme sin pecado, sin sol, sin biblioteca;
ya huérfana de todo no sentiré ni tedio.
Escóndanme ese pan, claven mi boca seca:
nada podrán hacerme que no tenga remedio.

No importará la cárcel porque bebí delirio,
hasta en el mismo polvo suele nacer el lirio,
ninguna muerte sabe pudrirme la mañana.

Mi corazón no tiene gravámenes ni dueño.
Nunca podrán quitarme el ala con que sueño.
Y seguiré cantando cuando me dé la gana.




(Fuente: La Púrpura de tiro)

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