sábado, 29 de agosto de 2020

Michael Ondaatje (Sri Lanka / Canadá, 1943)




Blues de araña

 
Bueno, los hice reír, me gustaría hacerlos llorar.
David McFadden


Mi mujer tiene un olor por el que se decantan arañas.
De noche descienden por los caminos de saliva
directo a su cuerpo que sueña.
Magnetizados por el ritmo de su aliento,
dejan sus propias construcciones
o suculentos viajes a través de su cara y brazo.
Mis propias retorcidas pesadillas
caen acribilladas por sus chillidos.

Sobre las arañas.
Como una vez intenté tocar el piano
incapaz de mantener las dos manos
separadas en sus intentos,
Admiro a la araña, su control clásico,
sus ocho patas finas
tejiendo líneas con la savia de su abdomen.
Una especie de escritor, supongo.
Inventa un camino y recorre
el vacío que hubo allí,
deja su puente atrás,
vuelve la cabeza diciendo, ¿Jesús,
lo hice yo?
Y con su extremidad
penetra en regiones nuevas,
donde se halla el crudo de sentimientos.

Arañas como poetas se obsesionan con el poder.
Escriben su obra asesina que dormita
como estrellas en los rincones de habitaciones,
una boca para captar a la audiencia
débil, rota, enferma.

Y la araña se acerca a la mosca, dice,
Ámame, puedo matarte, ámame,
mi inteligencia es superior a la tuya,
ámame, te mato por la claridad que
llega cuando los caminos que construyo quedan hechos
ámame, mi cariño, mi antisocial.
Y la mosca dice, Oh no,
no, tus analogías son escurridizas
no, yo misma elijo con quién voy a morir
vosotros los poetas arañas sois todos iguales
en vuestra sofocante vanidad de crear,
pesados insignificantes, vuestra saliva brilla siempre
absorbiendo todo el líquido de nuestra atmósfera.
Y la araña en su aborrecimiento
crucifica sus víctimas con un escupitajo
convirtiéndolas en el arte que ella misma no puede ser.

Vamos. El final tiene que llegar.
                                     Bueno, chicos.
La pesadilla de mi mujer y mía.

Era una habitación blanca
y las arañas habían arrojado
sus andamios desde el suelo
hacia las cuatro paredes y el techo.
Se han superado a sí mismas esta vez.
Y por los caminos blancos
que sus ocho patas construyeron velozmente
se la llevaron -su cuerpo entero-
hacia el aire soñador tan delicadamente
que ella no se despertó ni gritó.
Qué escena. Tantas huellas,
la habitación era un cristal hecho añicos.
Todos aplaudían, todas las moscas.
Vinieron y se quedaron sin aliento, todas.
Todos lloraron sobrecogidos por la belleza
TODOS
excepto los arquitectos negros sumidos en su trabajo
y la dama encerrada en su sueño, en su título.
Blues de araña
 
Bueno, los hice reír, me gustaría hacerlos llorar.
David McFadden


Mi mujer tiene un olor por el que se decantan arañas.
De noche descienden por los caminos de saliva
directo a su cuerpo que sueña.
Magnetizados por el ritmo de su aliento,
dejan sus propias construcciones
o suculentos viajes a través de su cara y brazo.
Mis propias retorcidas pesadillas
caen acribilladas por sus chillidos.

Sobre las arañas.
Como una vez intenté tocar el piano
incapaz de mantener las dos manos
separadas en sus intentos,
Admiro a la araña, su control clásico,
sus ocho patas finas
tejiendo líneas con la savia de su abdomen.
Una especie de escritor, supongo.
Inventa un camino y recorre
el vacío que hubo allí,
deja su puente atrás,
vuelve la cabeza diciendo, ¿Jesús,
lo hice yo?
Y con su extremidad
penetra en regiones nuevas,
donde se halla el crudo de sentimientos.

Arañas como poetas se obsesionan con el poder.
Escriben su obra asesina que dormita
como estrellas en los rincones de habitaciones,
una boca para captar a la audiencia
débil, rota, enferma.

Y la araña se acerca a la mosca, dice,
Ámame, puedo matarte, ámame,
mi inteligencia es superior a la tuya,
ámame, te mato por la claridad que
llega cuando los caminos que construyo quedan hechos
ámame, mi cariño, mi antisocial.
Y la mosca dice, Oh no,
no, tus analogías son escurridizas
no, yo misma elijo con quién voy a morir
vosotros los poetas arañas sois todos iguales
en vuestra sofocante vanidad de crear,
pesados insignificantes, vuestra saliva brilla siempre
absorbiendo todo el líquido de nuestra atmósfera.
Y la araña en su aborrecimiento
crucifica sus víctimas con un escupitajo
convirtiéndolas en el arte que ella misma no puede ser.

Vamos. El final tiene que llegar.
                                     Bueno, chicos.
La pesadilla de mi mujer y mía.

Era una habitación blanca
y las arañas habían arrojado
sus andamios desde el suelo
hacia las cuatro paredes y el techo.
Se han superado a sí mismas esta vez.
Y por los caminos blancos
que sus ocho patas construyeron velozmente
se la llevaron -su cuerpo entero-
hacia el aire soñador tan delicadamente
que ella no se despertó ni gritó.
Qué escena. Tantas huellas,
la habitación era un cristal hecho añicos.
Todos aplaudían, todas las moscas.
Vinieron y se quedaron sin aliento, todas.
Todos lloraron sobrecogidos por la belleza
TODOS
excepto los arquitectos negros sumidos en su trabajo
y la dama encerrada en su sueño, en su título.




   Trad. Ada Trzeciakowska


(Fuente: Ada Lírica)

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