Umbral
Inútilmente darás la vuelta a la esquina
y continuarás con tu trabajo.
Una sílaba deshaciendo una gota
y la lluvia no se detiene
por lo que se puede distinguir.
Así cada uno partirá con sus noticias
descoloridas y ya húmedas,
cada palabra tiñe el silencio de los dedos
y a la luz de un farol en un charco
-empapados por las circunstancias atravesaremos
los pesados goterones del umbral.
Cuando nos vamos no sabemos que nos vamos
creemos cerrar una puerta, sellar el cerrojo
aferrándonos a una manilla como a una promesa.
Paseante número cuatro
Las ruedas de la bicicleta girando
como un cinematógrafo proyectando lo invisible
entrecortando instantes y miradas
trenzando aire con aire entre tus cabellos.
A la manera de una equilibrista
cargas una colección de estampillas
esquivando la lluvia de primavera
y los pajarillos que nunca desearon nacer.
Una única esperanza se desliza
hasta caer en lo imposible:
pedalear bajo el árbol de flores rojas
al que declaraste tu amor
perseguir tus extravagantes vestidos
perderte en el último vagón del metro
o en un oscuro salón de museo:
sellar la vida con unas cuantas palabras.
Bibliotecario
Reconocerse en un poema de Philip Larkin
puede parecer tan desolador
como la fotografía de un carrusel bajo la lluvia.
Las soledades que vienen y van
pueden ser tan cansadoramente inútiles como la literatura
sin embargo
de una u otra forma volveremos a ellas
como a aquel viejo paraguas que desdeñamos
por sus extravagantes colores.
Pero más allá de estas vagas lamentaciones,
el deseo de estar solo
bajo una luz, en pie de poesía,
desconociendo -desde altas ventanas
la miserable estulticia
de las chicas bellas, arpías que dolorosamente
anidaron en tu vergüenza.
(Fuente: El poeta ocasional)
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