sábado, 29 de agosto de 2020

Al-Mutanabbi (Iraq, 915-965)



Kafur


¡Que cada mujer de andares arrastrados
sea rescate de acémilas ligeras de paso!
y de todos los camellos bujawíes remolones:
la elegancia en el paso ni me va ni me viene.
Pues todos son cuerdas de salvación,
treta para el enemigo, repelentes del daño.
Con uno de ellos he aporreado el desierto,
como lo haría un jugador de flechas, a lo que salga.
Cuando se espantaba, se le adelantaban los pura sangre,
las blancas espadas y las morenas lanzas.
Así pasó por Najl y, ausente del mundo,
su cabalgata dispensó de abrevar allí.
Anocheció y en al-Niqab nos dio a elegir
entre Wadi al-Miyah y Wadi al-Qura.
Les dijimos: «¿Dónde está la tierra de Iraq?»,
y respondió, estando en Turbana: «¡Aquí al lado!».
En Hisma apretó el paso como el soplo de poniente,
dando todos la cara al viento de levante,
apuntando a al-Kifaf y a Kibd al-Wihad,
y a Jar al-Buwayra y Wadi al-Gada.
Atravesó Busayta de parte a parte, como una espada
entre los avestruces y las vacas salvajes,
hasta Uqdat al-Yawf, en donde mitigaron algo su sed.
Al alba, Sawar apareció ante ellas,
y a la aurora lo hizo al-Shagur.
Su carrera les llevó al caer la noche hasta al-Jumay’a,
y la mañana a al-Adari y luego a Dana.
¡Qué noche pasamos en Akush! Ennegrecía la tierra
y borraba las marcas del camino.
En medio de ella bajamos a Ruhaima:
con más noche por delante que por detrás.
Cuando hicimos alto, hincamos nuestras picas
sobre nuestros altos cometidos y la grandeza,
y pasamos la noche besando nuestras espadas,
y borrando la sangre de nuestros enemigos de ellas,
para que supiera Egipto, y quien haya en Iraq y Awasim
que yo soy el más heroico paladín,
que cumplí con lo que había dicho y rechacé,
siendo displicente con el despectivo.
Pues no todo el que habla luego cumple,
y no todo el abocado a la ignominia dice no.
Porque el corazón no tiene más remedio
que disponer de su propio medio,
un raciocinio que hienda la más sólida roca.
Y quien tenga un corazón como el mío, que tire derecho
por el corazón de la muerte hasta la misma gloria.
Por todo camino por el que ande el héroe
su zancada será acorde al tamaño de su pie.
El lacayete dormía, indiferente a nuestra noche,
pero antes también dormía, de ceguera y no de sueño,
y, a pesar de la proximidad, los baldíos de su ceguera
y de su ignorancia se abrían entrambos.
Tenía por cierto, antes de conocer a este eunuco,
que las cabezas eran asiento de la inteligencia,
si bien al contemplar su entendimiento
comprendí que la inteligencia está toda en los cojones.
¡Cuántas cosas hay que dan risa en Egipto!
Pero esta es una risa como el llanto.
Hay allí un nabateo salido de la gente de Sawad
que enseña genealogía a la gente del desierto,
un negro —la mitad de él belfo— al que dicen:
«¡Eres la luna llena de la noche oscura!».
¡En cuántos versos hice alabanza de este rinoceronte,
poemas a medio camino entre la poesía y el conjuro!
Pero no eran alabanzas, sino más bien
escarnio del género humano.
Gentes hay que han desvariado por sus ídolos,
pero por un pellejo de vino, pues, la verdad, no.
Aquellos son silenciosos, pero este habla,
si lo sacudes bien, suelta cuescos o farfulla.
Cuando el alma de alguien ignora su valía,
otro se encarga de ver por él lo que no ve.
 
 
 
 


incluido en Poesía árabe clásica (Titivillus, Internet, 2017, selec. de Alfonso Bolado). 
 
 
(Fuente: Asamblea de palabras)

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