Escribir el bosque
A Miguel Angel Morelli
¿Se podrá escribir un bosque? No contar el bosque, sino
construir el bosque con palabras: tallarlo con la lengua
en ese bloque oscuro que es una precipitación de mil voces
en el vaso químico del tiempo: el reverbero de mil gargantas
muertas en una garganta viva, el fino espesor de mil bautismos.
El problema es que los bosques crecen desde abajo, y el poema
crece desde arriba: habrá que empezar a edificar en el aire:
necesitamos un pájaro que nos defina eso que llamamos cielo
que ni es cielo ni es azul, lo sé, pero pasa una bandurria
con su pico egipcio y su grito estridente y no hay lugar para dudas:
eso es el cielo, que es cielo y es azul en el corral de la montaña.
La montaña es fácil de hacer: empujar durante un millón de años
el basalto sobre el basalto, confiar en el fuego central del planeta.
Lo difícil es el bosque, su ciencia húmeda y oscura, su frescor:
el escalofrío que te da tocar la piel de un arrayán en pleno verano,
la sentencia del ciprés, el grito rojo de la lenga en el otoño,
la amistad del coihue con el agua, poner en palabras el amor
al coihue, sus filigranas al sol, el sol colándose apenas entre las hojas
el arroyo mínimo que te da de beber, el plano inclinado de tu deseo
de ser bosque, de ser árbol, la sombra que te ata a la tierra negra,
la tierra negra hecha de millones de cadáveres de pequeños bichos,
de hojas amarillas, de troncos podridos, de gusanos, de mariposas,
de gentes marrones, rojas, amarillas, blancas: gente igualada
por el reclamo del humus, juez implacable que no perdona
pero consuela: de lo negro vienes, a lo negro vas:
el cielo de los árboles empieza por abajo.
Y de ahí nace el bosque.
(Fuente: El poeta ocasional)
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