
DEBAJO DE LA PIEDRA
La maldita desgarradura,
el abandono de la voz.
El mismo zumbido
de mezquitas viejas.
Y otra vez el vacío
como reguero de cables
en la torsión del cuello.
Sentada debajo de la mesa, espero.
Cuando tu lengua
amasa besos en otra boca
todo el cuerpo que se agacha, duele.
*****
MÍA (fragmento)
No llores; no tengo leche. Opaca, viscosa, y con ese olor. Es una secreción como el agua de buche de las palomas. Ácida. Puedo machacar almendras o pepitas de melón. Me levanto de la cama, bajo unos pasos, voy hasta la cunita. Vuelvo. Y hace frío. Y mi camisón está seco. Mejor. De todas formas es un zumo blanco. Y yo resbalando, cayendo por el barranco. Mi taza vacía no te aplastará la nariz. Mis venas no se azulan ni se oscurecen las areolas. No tengo grietas. Un portapezones. Un cucurucho. La profilaxis de las comadronas, la ducha de agua caliente, la cánula y el aspirador dan el mismo veredicto. ¿Hay tetas? Y para qué. Es mejor no sentir la ventosa láctea. Cuajados grumos gruesos colman la llamarada, el alarido; la distancia del paladar. La mandíbula y tu lengua como codos, como vértebras, como caderas acalambradas. Tu lengua estirándose de rodillas en la contracción del hambre. No muerde la lengua, bebe.
(Fuente: Tema: Poesía)
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