
El cavador
En la calle, lleva el mango atravesado sobre un hombro y anudado a la pala de hierro fundido el mameluco desteñido por el sol y la lluvia en las zanjas; salpicaduras de arcilla seca pegoteadas y amarillentas sobre la manga izquierda y una camisa ajada abierta a la altura del cuello: reconozco al cavador, un tano que trabaja por un dólar y monedas al día, y una mujer de ojos negros en su patria sueña con él, un hombre dispuesto con labios frescos y unos besos mejores que todas las uvas silvestres que jamás hayan crecido en la Toscana.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg Dib
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