
Vendedor de hielo
Conozco a un vendedor de hielo que usa una camisa
de franela con botones de perla del tamaño de un dólar, que arrastra un bloque de cuarenta y cinco kilos hasta la
heladera de una taberna, se sirve jamón frío y pan de centeno, le dice al cantinero que hace más calor que ayer y que mañana
va a hacer más calor todavía, por Dios, y se va con la cabeza al aire y sus dos puños ásperos. Los sábados a la noche se gasta más o menos un dólar
en una mujer de noventa kilos que lava platos en el Hotel
Morrison. Se acuerda de que cuando se organizó el sindicato les rompió
la nariz a dos carneros y aflojó las tuercas y entonces una mañana
se les salieron las ruedas a seis carretas distintas, y él salió a ver
cómo el hielo se derretía en la calle. Lo único que lamentaba era que uno de los carneros le había
mordido los nudillos de la mano derecha y entonces le sangraban
cuando llegó a la taberna a contarles a los muchachos.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg Dib
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