Rilke
Rilke, digo tu nombre lo arrojo de mí
con tus ángeles, tus ángeles, tus estatuas
y vírgenes, y un caballo en un campo sostenido
del casco por madera. No puedo tomar tanta
ternura, ternura, nieve cayendo cual encaje
sobre tus ojos año tras año mientras los poemas
se retiraban, rosas, las rosas, hundiéndose en nieve
en las montañas distantes.
Vete con tus mujeres a Rusia o llévatelas
a Francia, y tómalas o no el poeta está
en ti, el espíritu, ellas adoran eso.
(Conocí a una en París, su muerte asomada hacia afuera,
muerte en todas sus formas. Las cartas que le mandaste,
según dijo, le fueron robadas en un taxi.)
Rilke.
Payasos y ángeles retuvieron tu compasión.
Podías estar sentado en un cuarto sin decir nada,
nada. Tus admiradores creían que estabas ahí,
una presencia, una sabiduría. Mas tú tenías que dejar
a todo el mundo una vez, una vez al menos. Esa era tu dureza.
Esta página es una sala en penumbra del Castillo de Duino.
Ecos. Los ecos.
Yo no sé por qué estoy aquí.
Phyllis Webb, incluido en Antología de la poesía anglocanadiense contemporánea (Los libros de la frontera, Barcelona, 1985, selec. y trad. de Bernd Dietz).
(Fuente: Asamblea de palabras)
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