CUANDO LAS RANAS CRÍEN PELO
Pues ha sido escrito:
“cada hebra es un nombre, una historia, un acontecer”.
La mano del ángel que sostiene este único pelo,
casi invisible como su presencia,
detiene el tiempo y todo regresa
pues aquí vive la vida no cumplida,
la imposible espera, el advenimiento de la justicia
o el clamor repetido de todas, todos, los humillados.
Delgada y frágil, casi sin voz,
como si naciera su palabra de un pozo profundo,
tanteando las sombras, buscando la luz,
con un bastón en la mano, erguida,
junto a la carretera secundaria
(aquí todo, dolor, memoria, justicia, todo ha sido secundario)
su espalda tan cerca del quitamiedos
(ironía de esta historia de carreteras secundarias).
La mujer está. María Martín permanece.
¿La sostiene el ángel invisible?
¿O es el aire, la luz, lo ingrávido?
Todo fue preciso.
La humillación es- al menos en este país-
un rito exacto, calculado, perfeccionado
en siglos de desprecio, repetidos sambenitos
por calles empedradas o caminos de barro,
procesiones de odio, bulliciosos autos de fe.
Todo con su medida exacta:
un litro de aceite de ricino y 20 guindillas para las mujeres
(embarazadas o no), las mayores de 12 años.
Para las niñas medio litro y 10 guindillas
(cuestión de aprendizaje).
Era en el cuartel de la Guardia Civil.
María pregunta:
¿Dónde está Dios?
¿Estaba en los niños que tiraban piedras,
en las gentes del pueblo, en sus risas, sus insultos?
¿O todo era ausencia?
Tal vez sostenía el dolor el ángel invisible,
el de la oculta esperanza de las siempre humilladas.
Refutación de un Dios ausente,
alas rotas por el vendaval de la historia,
piedad entre escombros, inerte presencia.
El padre en la siega
(verano, Pedro Bernardo, Castilla)
horas abrazando a la niña
(Faustina, ya fría, inerte, en la cuneta)
Arrodillado en tierra, con un puñado de zarzas
en las manos, sin sangre, sin voz.
Y la niña,
(los seis años de medio litro y 10 guindillas)
mirando.
Ojos abiertos de una memoria encendida.
Todo se resuelve en un hilo.
El que sostiene la mirada de la niña,
el que está en la voz, la afonía, el pozo, la cuneta.
En la voz rota que dice:
“esta mujer sigue esperando
que las ranas críen pelos.”
En la cuneta, junto a la carretera,
sigue esperando.
Y el ángel de los desposeídos de la tierra,
los humildes, los que en la noche de los siglos
claman justicia, las de voz afónica, las erguidas
en el tiempo del desprecio.
Él,
que sostiene la hebra caída de la memoria,
sabe que un día
les crecerá pelo a las ranas.
Antonio Crespo Massieu. El dolor que amamos. Ed. Bartleby, 2022
(Fuente: Voces del extremo)
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