Jeep Cherokee
Desde que regresé,
entre mi padre y yo
hay una Jeep Cherokee.
Es la guagua vieja
que dejó mi hermano
cuando se fue al ejército.
Vuelvo a tener el carro
de cuando iba al colegio.
Como ahora gano lo mismo
que cuando era estudiante,
la Jeep es una limosina.
Hace 20 años también lo era.
A mi padre, que tiene 76 años,
le gusta que yo tenga algo suyo,
algo que sólo él sabe reparar.
—Le cambié el aceite—
—No confíes en ningún mecánico—
—No es el radiador-—
—Arreglé el parabrisas—
Cada vez que lo veo hablamos de la Jeep
como si fuera una pequeña niña
a la que tiene que cuidar.
La piedra sobre la que vivo
Este pedazo de tierra
que compré
a precio de rebaja
es roca ígnea,
volcánica.
Tomo sus piedras
y pienso:
Esto fue lava.
Estuvo tan caliente
que de tenerla a esta distancia
me hubiera muerto.
Fue lumbre. Lugar
en que nunca viviría.
Y mira a lo que hemos llegado.
En Deuda Natal (Azpress, 2021).
Mi niña es un bosque
En el tronco de un árbol de ausubo
que cayó hace tres años
-la edad que está por cumplir-
escoge un lugar para sentarse
y me pide que la deje sola
con su naranja agria
recién cosechada.
Anoche ardió como el barro
en un horno de cerámica.
Hoy quiere saberse sola
en el follaje. Presentir
qué sería estar lejos de mí
o rodeada de sí misma
ya cuajada su carne con calor.
Calabaza en cundeamores
Vi dos calabazas verdes
cerca de la quebrada.
Unos días después,
las recordé y fui a buscarlas.
Solo encontré una
y comencé a buscar la otra en la maleza
que ahora sé nombrar cundeamores.
¿Se la habrán comido las ratas
o hecho cuna los gongolís,
escondido a sus muertos las auras tiñosas?
Algunos escenarios eran imposibles.
Pero estaba ahí la calabaza.
Los enjambres secos la soltaron
como a una trapecista
y rodó a la quebrada
camuflada en la maleza
que ahora sé nombrar cundeamores.
Nadie me ve salvar a la calabaza.
Nadie se enamora de mí salvando a la calabaza,
excepto la calabaza misma.
En Para pintar una casa (La Impresora, 2022).
(Fuente: Círculo de Poesía)
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