martes, 25 de abril de 2023

Atila Luis Karlovich (Bogotá, Colombia, 1953)

 

LAS HORAS DE LA FLORESTA (CATHEMERINON)

II. IN HORAM SEXTAM

                                 
                                  genug kann nie und nimmermehr genügen.
                                                              Conrad Ferdinand Meyer
 
 
 
el sol se ha hecho fragua:
rompe el apogeo
en feroces fragores,
llamea el fárrago,
esplende tétrico el bronce de los trombones del juicio. 
 
el infierno irrumpe estragante,
despedaza sosiego y entrañas,
se suceden los sordos golpes de las hachas,
troncos gigantescos gimen amargos
y caen con su carga de añares,
- ¡wapaporúo! invocaban los que sabían y sufrían -.
la tala inaugura el aleteo frenético,
la estampida de los pájaros,
arde el pavor de los monos aulladores,
la fara aterrada se suspende en el aire con sus crías,
y mientras las sierras chirrían, crujen, rechinan,
asuelan leguas, espléndidos cantones de verdor,
yerman distritos enteros de vida que jamás retornará,
los sapos entierran su pánico anuro en la paz de los légamos
y la culebra constrictora se atraganta en letales bajuras.
 
a la vera de cauces que hierven de veneno estigio
cunde la muerte:
los garimpeiros maldicen a sus madres,
sus dientes negros arrancan ganosos,
a tajazo limpio, pedazos de carne cecina,
y de sus cantimploras apuran violentos tragos de guarapo caliente.
en tanto avanzan incalculables caravanas
de feroces hormigas guerreras de mandíbula segadora,
vomitando cadáveres a su paso,
marabuntas que levitan,
cada soldado siempre al frente de su innúmera tribu,
siempre cargando el retablo de la reina,
su abdomen, monumental y bienaventurado,
siempre hacia horizontes y destrozos ulteriores.
 
hay tanta manigua, tanta clorofila,
tanta codicia y saturación,
tanta flor ensoberbecida,
tanto bejuco que se yergue tortuoso
por encima de las nubes lloronas,
tantos artrópodos y reptantes,
mamíferos de miedo manifiesto,
bagres carroñeros en la neblina opaca de los fondos,
arapaimas gigantescos que desbordan los riachos,
millares de peces sin nombre
que flotan su tránsito argénteo sobre las aguas reventadas,
tanto frenesí de pirañas voraces
que hacen vibrar en terror a estos ríos
que alguna vez bajaron del cielo sosegados,
gota a gota.
 
es que tanto de tanto hay,
que nada halla respuesta:
a la floresta cenital
no le caben nombres ni guarismos:
ni la rosa de los vientos le entra,
ni la vara de los hechiceros errabundos la doma.
 
solo las hacendosas indias, que son mansas y bravías,
desescaman serenas
los pescados que sus hombres trajeron del río
y hierven como si nada los maíces cotidianos,
la yuca sagrada:
solo ellas imponen orden y mesura,
como si a tanto desquicio
hubiera posible un dios bondadoso.
 
***

 

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