A cien años de la publicación de Tristia (1922-2022)
En la diáfana Petrópolis morimos,
donde sobre nosotros gobierna Proserpina.
En cada suspiro bebemos un aire de muerte
y cada hora es para nosotros la hora fatal.
Diosa del mar, terrible Atenas,
quítate el poderoso casco de piedra:
en la diáfana Petrópolis morimos,
aquí no gobiernas tú, sino Proserpina.
EL DECEMBRISTA
¿Qué el senado pagano sea testigo!
¡Estos hechos no mueren!
Encendió la pipa y se abrochó la blusa.
Al lado juegan al ajedrez.
Trocó su sueño ambicioso por una cabaña
en los sórdidos confines de Siberia
y una pipa adornada en su boca mordaz,
que clamó la verdad en el mundo de la pena.
Chapotearon por vez primera las barcas germanas,
Europa lloraba cautiva,
y las negras cuadrigas se encrespaban
en las vueltas triunfales.
En los vasos flameaban a menudo el ponche azul.
Y con el gran rumor del samovar
en voz muy baja hablaba la amiga renana,
guitarra amante de la libertad.
¡Aún suscita vivas voces
la dulce libertad del ciudadano!
Pero los ciegos cielos no quieren sacrificios:
son más seguros el trabajo y la constancia.
Todo se ha enredado, y no hay nadie a quien decir
que el frío poco a poco invade todo.
Todo se ha enredado, y es dulce repetir:
Rusia, Leteo, Lorelei.
1917
Todavía están lejos los asfódelos
de la primavera translúcida y gris.
En realidad, todavía
Murmura la arena y vagan las olas.
Pero aquí mi alma penetra,
Como Perséfone, en un leve círculo,
y en el reino de los muertos no existen
bellos brazos bronceados.
¿Por qué confiamos a una barca
el peso de una urna fúnebre
y arrojamos rosas negras
a las aguas de amatista?
Hacia allí tiende mi alma,
tras el tenebroso túmulo de Meganom
y de allí la vela negra vuelve
después del funeral.
¡Qué raudas recorren las nubes
los arriates en penumbra!
Y los copos de las rosas negras
vuelan bajo esta luna del gran viento.
Y el pájaro de la muerte y del lamento,
tras la popa de los cipreses
arrastra en su negro crespón
el inmenso estandarte del recuerdo.
Y con un susurro se abre
el triste abanico de los años pasados.
Hacia allí, donde temblando de temor
enterraron en la arena el amuleto.
Hacia allí tiende mi alma,
tras el tenebroso túmulo de Meganom
y de allí la vela negra vuelve
después del funeral.
1917
A CASANDRA
En los instantes floridos no busqué,
Casandra, ni tus labios ni tus ojos,
pero ahora, cómo nos atormenta el recuerdo
de las solemnes veladas de diciembre.
Y en diciembre del año diecisiete
todo lo perdimos, amando;
A uno le despojó de la voluntad del pueblo,
el otro a sí mismo se despojó…
Algún día en la loca ciudad,
en la fiesta de los escitas, a orilla del Neva,
al son de un baile abominable,
alzarán la toca de tu bella cabeza.
Y si esta vida es un delirio necesario
y los leños de los barcos son altas casas,
alza el vuelo, victoria sin brazos,
hiperborreica peste.
En la plaza de los vehículos blindados,
veo a un hombre: asusta
a los lobos con las brasas encendidas
de la libertad, la igualdad y la ley.
1917
Esa tarde no resonaba el bosque ojival del órgano:
nos cantaban a Schubert, nuestra cuna natal,
murmuraba el molino y en los cánticos
una ebriedad de ojos azules de la música reía.
Oh mundo de los antiguos cantares, castaño, verde, y eternamente joven,
donde el rey de los bosques mece con loco furor
las coronas de los tilos y los trinos de los ruiseñores.
Y la terrible potencia del regreso nocturno,
esta canción salvaje, como vino negro:
este doble, espejismo sin sentido
que contempla la ventana fría
1918
Cuando en la cálida noche cesa
El febril foro de Moscú,
y las anchas bocas de los teatros
devuelven la multitud a las plazas,
por suntuosas calles fluye
la pasión nocturna de los fúnebres cortejos,
y de las divinas entrañas brota
el sombrío y alegre gentío.
Un sol nocturno entierra
al populacho excitado por los juegos,
de vuelta del festín de medianoche,
bajo el sordo golpear de los cascos.
Y como nueva Pompeya se alza
la ciudad dormida en el claro de luna,
y los puestos del mísero mercado
y la poderosa columna dórica.
1918
TRISTIA
Estudié la ciencia de la despedida
en las calvas quejas de la noche.
Rumian los bueyes y la espera se alarga,
la última hora de esta noche del gallo,
cuando, tras llevar una penosa carga,
los ojos llorosos a lo lejos miraron,
y lágrimas de mujer se mezclaron con el canto de las musas.
¿Quién puede saber al oír la palabra “despedida”
qué separación nos aguarda?
¿Qué nos anuncia el canto del gallo
Cuando la llama arde en la Acrópolis?
Y en la aurora de una nueva vida,
cuando en el zaguán perezosamente rumia el buey,
¿Por qué el gallo, heraldo de la nueva vida,
en la muralla de la ciudad agita sus alas?
Y yo amo el hilo de la costumbre,
se desliza la canoa, susurra el huso.
Mira: a nuestro encuentro, como pluma de cisne
vuela ya, descalza, Delia.
¡Oh, mísera trama de nuestra vida,
donde es tan pobre el lenguaje de la alegría!
Todo pasó antes, todo se repetirá de nuevo.
Y sólo nos es dulce el instante del reconocimiento.
Que así sea: una figura transparente
yace inmaculada en el plato,
como la piel tersa de una ardilla.
Una muchacha, inclinada hacia la cera, la contempla.
No nos toca adivinar la suerte del Erebo.
Para las mujeres es cera lo que para los hombres es cobre.
A nosotros sólo en las batallas nos habla el destino,
y a ellas, les es dado morir leyendo el futuro.
1918
Hermanas sois, iguales sois, pesadez y ternura.
La pulmonaria y la abeja liban la pesada rosa.
El hombre muere. La arena caliente se enfría.
Y el sol de ayer en negras parihuelas portan.
¡Ah, los pesados panales y las tiernas redes!
Es más fácil levantar una piedra que repetir tu nombre.
Sólo me queda una preocupación en la vida:
la preciosa preocupación
de desprenderme del peso del tiempo.
Cual agua turbia bebo el aire turbado.
El tiempo fue labrado y la rosa se hizo tierra.
En un lento remolino las pesadas y tiernas rosas,
las rosas de la pesadez y la ternura, en dobles coronas se trenzaron.
1920.
La sombría y estéril vida veneciana
tiene para mí claro sentido.
Con gélida sonrisa contempla
el azul y vetusto cristal.
Aire fino de la piel. Venas azules.
Blanca nieve. Brocado verde.
Todos van en sillones de cedro,
somnolientos y tibios se quitan la capa.
Y arden, arden los cirios en sus cestas,
como palomas que volaran hasta el arca.
En el teatro y en el ágora ociosa
el hombre muere.
Porque del amor y del miedo nada nos salvará:
¡El anillo de Saturno pesa más que el platino!
De terciopelo negro se cubre el cadalso
y el bello rostro.
Pesados son, Venecia, tus abalorios,
en los marcos de ciprés de tus espejos,
tu aire está tallado. En la alcoba se funden
montañas de azul y vetusto cristal…
Sólo los dedos tocan la rosa o el reloj de arena,
¡adiós, verde Adriático!
¿Por qué no me dices, veneciana,
cómo huir de esta muerte festiva?
El negro Véspero titila en el espejo.
Todo pasa. La verdad es oscura.
El hombre nace. La perla muere.
Y Susana debe esperar a los viejos.
1920
Tintoretto (1518-1594) Susana y los viejos (1555)
Tristia y otros poemas. Montblanc (Tarragona) Ediciones IGITUR. 1998. Págs. 39, 48-49, 53-54, 62-63, 64, 67-68, 78-79, 82-83.
(Fuente: La Mecánica Celeste)
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