Los grandes días del poeta
Los discípulos de la luz nunca inventaron
más que una oscuridad un poco opaca.
El río trae a los tumbos un cuerpito de mujer
y eso significa que el final se acerca.
La viuda con vestido de novia se equivoca de tren.
Todos vamos a llegar tarde a nuestra tumba.
Un barco de carne encalla en una playita.
El timonel invita a los pasajeros a callarse.
Las olas esperan impacientes, Más cerca, oh Dios, de Ti.
El timonel invita a las olas a hablar. Hablan.
La noche sella sus botellas con estrellas
y se hace rica con la exportación.
Se construyen grandes tiendas para vender ruiseñores.
Pero no pueden satisfacer los deseos de la Reina de Siberia
que quiere un ruiseñor blanco.
Un comodoro inglés jura que no lo va a volver a agarrar la noche
cortando salvia de entre los pies de las estatuas de sal.
Hablando de eso, un salerito marca Cerebos se para con dificultad
sobre sus esbeltas piernas. Vierte sobre mi plato
lo que me queda de vida.
Con eso se podría salar el Océano Pacífico.
Ustedes pónganme en la tumba un salvavidas.
Porque nunca se sabe.
Versión de Ezequiel Zaidenwerg
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