Era el año veintidós /
Era en el año veintidós ya están los milicos antes durante después y no más tarde que Jesucristo.
Un joven vivo que se llamaba Heterodoxo amaba a una joven viva que se llamaba Heteróclita.
Y esta joven y linda muchacha viva lo amaba también.
Cultivaban flores salvajes y las vendían a los transeúntes, con disimulo discretamente. Ya que sólo las flores civilizadas e insensibilizadas y prematuras y artificialmente marchitas eran, en ese país, toleradas oficialmente, recomendadas e impuestas.
Esto pasaba en Ortopedia, bajo el reinado de Ortodoxo, que no se interesaba más que en la Morticultura.
Ortodoxo estaba aquejado de Ortopnea crónica, lo que lo obligaba a permanecer perpetuamente sentado.
Era su propio movimiento perpetuo personal, pero él no era egoísta y generosamente se ofrecía para que lo aprovecharan los que se llamaban sus fieles y él gustaba de llamar sus amigos. Incluso llevaba la longanimidad hasta no poder soportar absolutamente a nadie de pie ante él.
-¡Le ruego, haga como en mi casa, y tómese la molestia de sentarse!
Y para aquellos que no se tomaban esa molestia, lo remplazaba por la pena de muerte, tan penado estaba no poder hacer otra cosa por ellos.
Los únicos movimientos que encontraban gracia a sus ojos, eran los movimientos de tropas y el manejo de armas.
Pero el movimiento de las naves mezclado con el movimiento de las mareas le causaba una náusea tal, lo mismo que el vaivén de las aguas y los bosques, que sin cesar los esclavos militares estaban encargados de batir el campo y el mar (1) en cuanto se permitía moverse.
Ortodoxo no apreciaba nada de lo que se mueve, no podía oler las flores y no podía soportar el menor grito de alegría de niño en libertad.
La única cosa en movimiento que habría podido, tal vez, moverlo un poco, si no curarlo del todo, era, al menos según lo que predecían los adivinos, la erupción del Gran Traderi, el único volcán de Ortopedia.
¡Ay!, desde hacía mucho el volcán se había callado.
Ortodoxo sentía una incurable nostalgia por él, y la nostalgia del Gran Traderi era, para Ortodoxo, el más grande mal del siglo y el mayor mal del País.
Hubiera querido, como estaba predicho, pisotear al Gran Traderi, en el momento mismo en que ese sismo providencial hubiera osado permitirse surgir a lo lejos, cara a cara ante él.
Y Ortodoxo sentía que su talón de Aquiles se agitaba, se impacientaba, en su sandalia empedoclada.
Entonces, para calmarse, se hacía tocar, con longitud de ondas y de jornadas, las más maravillosas músicas de su gran ópera ortofónica.
Era el gran desconcierto intitulado Simulatto –suite de falsos movimientos simulados pronto concertados- lo que prefería.
Y cuando lo escuchaba, beato y transportado, sentía ser el objeto de una felicidad tan delicada de describir que prefería callarse a hablar, antes que exponerse a no ser comprendido en la totalidad.
La música ortofónica era ya en esa época, como hoy, la música que corrige todos los vicios de la música suprimiendo, sabia, pura y simplemente, toda veleidad de movimiento musical espontáneo y naturalmente, absolutamente intolerable puesto que absolutamente no tolerado y en consecuencia innegablemente insoportable ya que innegable y oficial y juiciosamente imposible de soportar.
Un buen día, en uno de esos hermosos atardeceres en que el crepúsculo de Ortopedia era, como en todas partes, el más hermoso crepúsculo de todo el mundo, los Sentados se levantaron de pronto de un solo salto sin ninguna premeditación y el fin de la ejecución del gran desconcierto fue pospuesto para las calendas ortopédicas hasta más madura reflexión.
El Gran Traderi acababa de entrar en erupción.
Sólo Ortodoxo había permanecido sentado, y con su nostalgia sobre las rodillas, la acariciaba a contrapelo, echando sobre el volcán incandescente una pobre y triste mirada, apagada, lejana.
La predicción de los Grandes Adivinos sentados no se había cumplido sino a medias: lo que andaba para el volcán no andaba para él.
De pronto Ortodoxo lanzó un grande, insoportable grito, y aterrorizado, todos los Sentados de pie se volvieron a sentar de un solo golpe.
Ortodoxo acababa de oír por sí solo, y lo hubiera pasado muy bien sin oírla, una música desconocida y tan bella y tan desgarradora de felicidad, que sentía estremecerse en el fondo de su corazón, como un miserable buitre encadenado en una jaula de aburrimiento, a toda su mala suerte, al tiempo que percibía a lo lejos pero en plena claridad a Heterodoxo y Heteróclita, enamorados, sonrientes y calzados de amianto, que bailaban sobre su volcán.
Algunos días más tarde, no dijo nada, no agregó una palabra frunciendo las cejas y no hizo un gesto.
El verdugo hizo ese gesto por él.
Pero la historia cuenta, no la Gran Historia, sino la Pequeña, nomás, simplemente la historia viva, que se reinventa todo el tiempo, sin inventario ni Te Deum, sin llantos ni flores ni condecorados, la historia cuenta que Heterodoxo y Heteróclita murieron juntos, bailando, sonriendo.
Y se habían escapado justo, ya que fue precisamente en esa época cuando se empleó según parece, por primera vez y sin avisar a nadie, la primera bomba laparatómoca que zurcía instantáneamente, en el acto, los intestinos desparejos al mismo tiempo que los descosía.
Lo que hizo que esta guerra durara demasiado interminablemente, puesto que continúa aún en nuestros días bajo seudónimos (2) diferentes.
1. Battre significa golpear, pero battre la champagne significa buscar.
2. Nom de guerre: literalmente, nombre de guerra: seudónimo.
Traducción: GRACIELA ISNARDI
Espectáculo. Buenos Aires. Schapire Editor. 1976. Págs. 264-267.
(Fuente: La Mecánica Celeste)
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