domingo, 25 de diciembre de 2022

Asmaa Azaizeh (Palestina, 1985) 

 

Nunca creí que tendría que aprender a morir...

 


 
 
 
 
Nunca creí que tendría que aprender a morir
no estuve cerca cuando la muerte era un regalo
pero si estuve cuando mi abuelo pagó el precio del sudor de los trabajadores de algodón que elaboraron su traje otomano.
el precio de las millas desnudas para las mujeres de Bosnia
el precio de las lágrimas en el pecho de sus hombres antes de la guerra
el precio del estandarte de Dios
el precio de la frivolidad del emperador y la enfermedad a largo plazo

sangre balcánica goteaba en mi uniforme
los profesores encontraron votos de venganza en mi mochila y fabricaron capítulos de historia

no estuve cuando la muerte sucedió por casualidad en el camino

pero si estuve ahí cuando mi abuelo pagó el precio de la firma al final de la página, el precio de renunciar a su pueblo al fondo de la montaña, de quitar de él las manos de su invasor, del rebelde que le quitó las manos de encima. Con el movimiento de un bolígrafo, la tinta de mi abuelo anestesió la pendiente. Con el doblez de un papel, la montaña giró la historia; con un apretón de manos tomó la mano del valle de la boca del tanque.

Los almendros murieron del corazón, los caballos de boda se cubrieron los ojos de alheña y se suicidaron.
Nadie limpió mi etnicidad. Pero la médula espinal de la montaña se rompió. Y así se arruinó mi oportunidad de subirla juntos algún día, para ver los pasos de Cristo en el lago y repetirlos.

No soy el milagro
no caminé en agua y no me curé con dolencias de amor
pero fue el agua de mi corazón la que aprendí a convertir en asfalto cada vez que te recordaba
aprendí a huir de la lava que goteaba de las montañas de tu miedo y no aprendí la muerte

no estuve ahí cuando la muerte fue para siempre una lección
donde el recuerdo del cohete lo traicionó y olvidó el camino
la bala que nunca quiso dejar de ser bolígrafo
la masacre que sucedió en la carretera principal y disparó la paz
cuando yo estaba caminando por la ruta alterna
recogiendo margaritas y viendo la guerra en caricaturas

nunca creí que aprendería a morir
hasta que la guerra de Beirut ahogó el canto de mi madre en el pozo
el aroma de las invasiones emana desde el horno
la voz del comando irrumpe en el casette de Umm Kulthum
los cráneos que cubrían el camino de la ciudad, dejaron el cartel sostenido al lado de la cama y arrullan, golpeando mi cabeza como una larga latmiya. Así dejo de llorar o ellos dejan de llorar.

Mi corazón crece en el pozo como un árbol de granada, cada vez que una rama se quiebra, trepo otra de camino a ti. Destrozada me convierto en nido. Los pájaros observan el agua y ven la risa en el rostro de un bosnio, yo lo veo y veo tu rostro.

Soy la hija de un híbrido de laboratorio médico
olí el aroma de caballos muertos en el esperma de mi padre
y me retiré
nací en el séptimo mes
después de ser golpeada por bosnios en el vientre de mi madre
y me retiré

nunca creí tener que aprender a morir
hasta que en el pastel de mi noveno cumpleaños, sucedió la masacre del Hebrón. Encendí las velas en las alfombras de la casa de Abraham. Se derritieron y nadie cantó con ellas. Los regalos de cumpleaños cayeron al pozo; los regalos caen, son votos de venganza en mi mochila

los votos pudieron haber cavado mi tumba si hubieran tenido mis manos
los almendros se hubieran parado en ella si hubieran tenido médula espinal
las montañas la hubieran alabado si hubieran tenido poemas
las lágrimas de los bosnios hubieran hecho fisuras en sus piedras si hubieran tenido picos o ganchos
y yo hubiera salido
para aprender la primera lección:
que el cráneo aplastado en el cartel es mi cráneo
y que la sangre en mi camisa
es mi sangre.
 
 

Asmaa Azaizeh, incluido en Nueva York Poetry  (EEUU, 14 de agosto de 2021, trad. de Frances Simán).
 
 
(Fuente: Asamblea de palabras)

 

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