domingo, 6 de abril de 2025

Washington Delgado (Cusco, Perú, 1927 - Lima, 2003)

 

 

 

ELEGÍA EN 1965

 

Después de la batalla, los combatientes muertos
parecen esperar, con oído en la tierra,
una última llamada o la mano benévola
y amiga de la historia, no el silencio tenaz
que los cubre y oculta sobre un cálido suelo
vanamente poblando de hierbas y guijarros,
árboles y alimañas.
 
Se diluyó el escándalo de la fusilería,
cesaron los fragores de obuses y metralla,
el sol brilla en la paz de un cielo irreprochable.
Los boquetes abiertos en la tierra parecen
tan naturales como las aguas del riachuelo,
el vuelo del halcón o esa nube sin sueño,
sin prisa, sin memoria.
 
Sobre la tierra esperan muy tranquilos los muertos.
La historia indiferente los dejó abandonados
bajo un cielo vacío. Pobre muertos inermes,
no los abriga el sol ni molesta la lluvia.
Sobre sus cuerpos rígidos discurren las hormigas
en callado desfile.
 
Los muertos apacibles yacen de cara al cielo
con los ojos abiertos. Parece que quisieran
llenar de sol sus almas tempranamente muertas.
La tierra los acoge, los escuda la sombra
de los árboles quietos y las cambiantes nubes,
en tanto huye la historia. ¿Qué les dice la inmóvil
tierra, el distante cielo? Solamente les dicen
que ya no hay esperanza.
 
Los muertos extraviados en el mar de la historia
encuentran en la tierra una morada estable
mientras la primavera pasa con sus amores,
pasa el brillante estío, pasa el otoño lánguido
de las guerras perdidas y, al final, el invierno
llega pausadamente para cubrirlo todo
con desamor y olvido.
.....

(Fuente: Daniel Freidemberg)

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