
GUAU
El ladrido es un soporte, depende del animal
que lo emite y su capacidad torácica, y esa manera
de aproximarse al grito humano hasta rozar
la coincidencia. Hoy quedé varios minutos
con la mente en blanco, prendido de la fotografía
donde una muchacha, con su piernas cruzadas
al estilo budista, pero con otro estilo, no podía
dejar de mirarme. El cabello lacio cayéndole
sobre la frente anticipaba distintos movimientos.
La camisa abierta donde sobresalían sus senos
con conocimiento de causa, y una mueca de aviso
preventivo lograba que por primera vez en mucho
tiempo emitiera un sonido semejante a un ladrido.
Porque cuando decidí revivir tuve la necesidad
de moverme en aguas profundas, como nunca
pensé hacerlo. Ya irrumpí demasiado en tu vida,
violando cada una de mis promesas, no por maldad,
sino por ausencia de eficacia en la enunciación.
El primer plano de un ladrido no es sólo una superficie
sino el fotograma de un film de Antonioni antes
que todo estalle y se pierda en un mordisco el vuelo
de una mosca en el excremento de mi perro.
Y hay tanto para hablar, si pudiéramos comunicarnos
por señas. Abrí las patas ante la silla inmaculada
que no recuerda cuándo fue la última vez
que me incorporó. La botamanga de la silla
cubierta de un orín perfumado, viscoso
y largo como el lomo de mi perro. Hay gente
que piensa y respira como vive, como trabaja,
sobre todo en momentos donde el atropello
parece dejarnos huérfanos de sentido.
Es difícil imaginar qué sucede conmigo cada vez
que abro el paraguas. Creo salvarme con él de la lluvia,
pero sólo se trata de un auxilio tóxico y deslucido.
Las personas se vuelven fantasmas cuando ocultan
su rostro, y mi paraguas es negro, chino, e inmune
a los encantos del viento. Es como tener un perro
y no echarse sobre él como si él lo hiciera de no tener
un amo oculto en la tela de avión de un paraguas
y en la búsqueda de controlar el mecanismo automático
que lo abre. Esto no tiene sentido aún, porque hay
un sol que parte la ciudad como un diagonal de luz,
y donde siquiera las chinches de agua se animan
a exhibir sus ganchos dentados. Dejé de ser
esa persona que soy, en contra de mi voluntad.
No se puede escribir poesía bajo el nivel del mar,
y aquí, más allá de la ceguera del tiempo
entre nosotros, las aguas envían su alfabeto
para que lo corrijamos todo. Una vez robaste
tu propio bebé, después de ponerle nombre
y número al hallarlo. Es una conquista con todas
las de la ley, pero no siempre la norma está a favor
de los cuerpos, y en cierto modo quería que hubiese
una acción, aunque no la había. “Sos como un niño”,
dijo. “Sí, en eso me convertí. Pero es demasiado
tarde para arrepentirse.” Después resultaba que
a un perro se le rompía el hocico, o se le oscurecía
la piel, o que el esmalte de su lomo se empezaba
a descascarar. Y eso también era tiempo que pasaba.
(Fuente: Tema: Poesía)
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