
Ojos abiertos con alfileres de gancho
Qué arduo es el trabajo de la muerte, nadie sabe cuán larga es su jornada. Su pobre esposa, siempre sola, plancha la mortaja que sirve de uniforme. Sus bellas hijas ponen la mesa de una cena siempre última, y los vecinos juegan a las cartas en el jardín, o toman sus cervezas sobre los escalones de la entrada. La muerte, mientras tanto, salió en busca, en un barrio que no conoce bien, de alguien con una tos cada vez peor, pero la dirección no es la correcta; por más muerte que sea, no se ubica entre todas las puertas con cerrojo y, para colmo, se largó a llover: va a ser larga la noche, y muy ventosa. La muerte ni siquiera tiene un diario para taparse la cabeza, ni un mísero cospel para llamar a quien padece y se consume ahora, medio dormido se desviste lento y se tiende desnudo del lado de la muerte de la cama.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg Dib
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