Poemas de la cárcel,I
Estoy encerrado en una celda con vista a los paralelos del mal, esperando que me parta un rayo en mil astillas de mí. No basta con estar en una jaula con uno mismo; quiero estar frente a todos los presos en todos los calabozos. Estruendo de portones que se cierran, cada portazo una finalidad. El yonqui se perdió en un ruido rojo, drogó su propio infierno. El borracho apestoso se felicita por abstenerse de fumar, lápidas renegridas pegoteadas de huellas digitales, el ruido del dolor se cuela por las paredes de acero y estalla contra mi propio sufrimiento. Me vuelvo parte de alguien para siempre. Los salvajes acentos de los delincuentes me resultan más gratos que el runrún de los policías mientras cierran las escotillas de las almas humanas; cargamento que pone proa a puertos de acusaciones, muelles de culpa. ¿Qué comen los policías, Sócrates, prisionero de siempre, viejo amigo?
(Los poemas de esta semana fueron seleccionados por David Iaconangelo)
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg Dib
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