No hay mal que por bien no venga
me dicen
y yo respondo
que no haya parido con dolor
que no me haya abierto en dos
al nacer
manchado con mi sangre.
Debe ser esa maldición antigua
que castiga el deseo
la que en mí se cumple
debe ser
que insisto en alimentarme
del fruto prohibido
y temido
por los dioses.
Ellos me observan
con sus ojos llenos de tormentas
condenados
a vigilancia perpetua
si de algo soy culpable
es de la eternidad
de sus divinos insomnios.
Silvina Felice- 2017
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