
INVOCACIĂN
Hay un poema en camino,
el poema estĂĄ cercano,
el poema en lo alto del aire
mĂĄs allĂĄ de la atmĂłsfera brumosa
se cierne, espĂritu
que en mĂ se encarne.
Deja que transpire mi cuerpo
que atormenten mi pecho las serpientes
mis ojos sean ciegos, sordos los oĂdos, las manos
perturbadas
la boca abrasada, el Ăștero extirpado,
rajado el vientre, la espalda azotada,
trinchada la lengua en tiras de cuero
piedras de lluvia insertas en mis pechos,
la cabeza cercenada,
y que sĂłlo los labios hablen,
y que sĂłlo el dios aparezca.
EL CIERVO PLATEADO
Mi ciervo plateado ha caĂdo. En la hierba
bajo los abedules yace, mi rey de los bosques,
aquel al que seguĂ por el monte, allende los arroyos presurosos,
se ha ido bajo las hojas, sepultado en el pasado.
En el horizonte de la aurora se detuvo,
blanco de mis ojos ĂĄvidos; fulgor
ay, del sol, o de mi corazĂłn encendido:
perfilado en el cielo, en el infinito encarnado.
¿CuĂĄl, tan anhelante, era mi querencia hacia Ă©l,
qué deseada unión de sangre o conciencia
nos sostenĂa en pasiĂłn unĂsona, cazador y presa?
Desapareció, y yo por los frondosos bosques persiguiéndolo.
MĂo es ahora, mi deseo, mi acecho, mi amado,
en calma yace, mientras toco el contorno de su testa imponente,
mĂo este horror, esta carroña del bosque
que ya se desvanece bajo tierra, hacia el aire, mĂĄs allĂĄ del mundo.
Oh, quietud, la paz me rodea
al tiempo que el jardĂn vive, las plantas florecen,
titila la hierba grĂĄcil, arden los insectos,
y el arroyo, el arroyo plateado, fluye.
Por Ășltima vez tumbado sobre la hierba verde
en postrer gesto de amor propio, dulcemente se inclinĂł
para posar el delicado pie que estĂĄ en mi mano,
vacĂa como la crisĂĄlida desechada de una polilla.
Mi brillante y aun asĂ ciego deseo, tu final fue esta
muerte, y mi alado corazĂłn asesino
es del mundo el corazĂłn roto, enterrado en el suyo,
en cuya cornamenta comienza el crucifijo.
EL INSTANTE
Para poner por escrito todo lo que contengo en este instante
vaciarĂa el desierto a travĂ©s de un reloj de arena,
el mar a través de una clepsidra,
gota a gota y grano a grano
a los impenetrables, inmensurables mares y arenas mutables liberados.
Porque los dĂas y las noches de la tierra se desmoronan sobre mĂ
las mareas y las arenas me atraviesan,
y yo sĂłlo tengo dos manos y un corazĂłn para retener al desierto
y al mar.
Si se escapa y me esquiva, ¿quĂ© puedo contener?
Las mareas me arrastran
el desierto se desliza bajo mis pies.
Versiones de Alfonso Gómez Tomé
(Fuente: Lab De PoesĂa)
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