lunes, 3 de febrero de 2025

𝐊𝐚𝐭𝐡𝐥𝐞𝐞𝐧 𝐑𝐚𝐢𝐧𝐞 (Reino Unido, 1908 - 2003)

 

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INVOCACIÓN

 

Hay un poema en camino,
hay un poema que me envuelve,
el poema está cercano,
el poema en lo alto del aire
más allá de la atmósfera brumosa
se cierne, espíritu
que en mí se encarne.
Deja que transpire mi cuerpo
que atormenten mi pecho las serpientes
mis ojos sean ciegos, sordos los oídos, las manos
perturbadas
la boca abrasada, el útero extirpado,
rajado el vientre, la espalda azotada,
trinchada la lengua en tiras de cuero
piedras de lluvia insertas en mis pechos,
la cabeza cercenada,
 
y que sólo los labios hablen,
y que sólo el dios aparezca.
 
 
 

EL CIERVO PLATEADO

 

Mi ciervo plateado ha caído. En la hierba
bajo los abedules yace, mi rey de los bosques,
aquel al que seguí por el monte, allende los arroyos presurosos,
se ha ido bajo las hojas, sepultado en el pasado.
 
En el horizonte de la aurora se detuvo,
blanco de mis ojos ávidos; fulgor
ay, del sol, o de mi corazón encendido:
perfilado en el cielo, en el infinito encarnado.
 
¿Cuál, tan anhelante, era mi querencia hacia él,
qué deseada unión de sangre o conciencia
nos sostenía en pasión unísona, cazador y presa?
Desapareció, y yo por los frondosos bosques persiguiéndolo.
 
Mío es ahora, mi deseo, mi acecho, mi amado,
en calma yace, mientras toco el contorno de su testa imponente,
mío este horror, esta carroña del bosque
que ya se desvanece bajo tierra, hacia el aire, más allá del mundo.
 
Oh, quietud, la paz me rodea
al tiempo que el jardín vive, las plantas florecen,
titila la hierba grácil, arden los insectos,
y el arroyo, el arroyo plateado, fluye.
 
Por última vez tumbado sobre la hierba verde
en postrer gesto de amor propio, dulcemente se inclinó
para posar el delicado pie que está en mi mano,
vacía como la crisálida desechada de una polilla.
 
Mi brillante y aun así ciego deseo, tu final fue esta
muerte, y mi alado corazón asesino
es del mundo el corazón roto, enterrado en el suyo,
en cuya cornamenta comienza el crucifijo.
 
 
 
 

EL INSTANTE

 

Para poner por escrito todo lo que contengo en este instante
vaciaría el desierto a través de un reloj de arena,
el mar a través de una clepsidra,
gota a gota y grano a grano
a los impenetrables, inmensurables mares y arenas mutables liberados.
 
Porque los días y las noches de la tierra se desmoronan sobre mí
las mareas y las arenas me atraviesan,
y yo sólo tengo dos manos y un corazón para retener al desierto
y al mar.
 
Si se escapa y me esquiva, ¿qué puedo contener?
Las mareas me arrastran
el desierto se desliza bajo mis pies.
 
 
Versiones de Alfonso Gómez Tomé
 
(Fuente: Lab De Poesía) 

 

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