La danza
Esto podría ser un ensayo sobre la hormona del crecimiento,
pero no es. ¿Qué es, entonces? Tú lloras, calaverita con secretos.
Tú creces y alcanzas latas de sardinas de las más altas alacenas
Quizás es brujería. (O quizás es sólo biología estricta). El “quizás”
es importante en la vida, como en aquella canción de Aznavour,
con petirrojos y estaciones de tren bajo la lluvia. Piénsalo:
hay galaxia y método. Hay constituciones de la república de la mente,
donde los conceptos son flores y macetas. Hormonas que fluyen
y hacen aikido para que tu cuerpo resista. Oh, glándula pituitaria,
gracias por no incluirme en tu caos. Silla donde se sienta
el pensador de Rodin a observar mi apocalipsis de bajo presupuesto.
La vida es bromista, recortada por el tiempo. Imagina tus restos
en una cajita de acero inoxidable. Así, todo ese esfuerzo hidráulico
de las sustancias corporales es inútil. ¿A quién, entonces, le importa
este naufragio? Ríe, amor mío, mientras el universo es un big bang
en una trituradora de papel. Entonces, cubres mi cabeza con una bolsa
de supermercado y bailo. Y camino por las paredes —sostenido
por los hilos de la luz— que son, súbitamente, el cielo.
Posiblemente hay una vida, quién sabe dónde, con propósito.
Si lloras, si te atreves, hazlo con fe, pero no tengas ojos.
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