Enola Gay
¿ Cómo se habrá sentido en su piel el mandadero,
después que borró la ciudad ?
¿ Habrá sentido un hormigueo en la mano
después de haber pulsado el botón
que forjó un desierto de fuego allí,
donde antes cohabitaban
el canto, llanto y travesuras de los niños
con los jadeos de las cópulas,
los malos pensamientos, los desvelos de los altruistas,
la medranza de los usureros,
los recuerdos felices de los enamorados ?
¿ Cuál habrá sido su gesto al tomar el cuchillo
para seccionar el desayuno
a la mañana siguiente ?
¿ Y qué pensamientos tendría mientras volaba,
con ojos de cordero, camino a su misión ?
¿ Habrá recordado, acaso, la apaciguante belleza
de la sonrisa de aquella que había dejado atrás,
entre el dolor y las promesas ?
¿ Le habrán quedado chispas para forjar hijos luego ?
Y si los tuvo, ¿ cómo habrán crecido ?
¿ Será alguno de ellos un odontólogo mediocre,
el otro un timador que vende autos
y la menor una fracasada artista de revistas ?
¿ O, quizás, tuvo una exitosa familia ejemplar,
de esas a las que jamás les ocurre nada extraordinario,
de esas que en los álbumes fotográficos
muestran una sospechosa y colectiva sonrisa impersonal ?
¿ O, quizás, el cielo le bendijo con un pequeño que luego sería
un dulce poeta marginal vagando por las calles,
repleto de imágenes que no puede digerir ?
Y Mr. Harry, ¿ habrá esbozado su cadavérica sonrisa,
aquella noche, en la blancura de sus sueños ?
¿ Se habrá tomado, realmente, a sí mismo por
un benefactor de la humanidad ?
¿ O quizás se tomó por un santo administrando la justicia
divina desde lo alto de inexpugnables tribunales pontificios ?
En medio de la grandeza de sus reflexiones,
¿ le habrá dedicado un pensamiento, siquiera, al mandadero ?
¿ Habrá discernido, cual un frío erudito, sobre el conflicto
ético de la autoría material del crimen por coacción ?
Y el refinado científico que dijo que Hiroshima
había sido un error porque, desde ese momento,
los simples mortales le temerían a la ciencia,
¿no podía haberse puesto por un milisegundo
en la piel del mandadero,
ya que ni por asomo lo haría en la de las hormigas
exterminadas por dictamen ?
¿ No podía, por un milisegundo, renunciar a su miseria,
dejar de revolcarse en la carroña de su performance doctoral ?
Y el Capitán de la aérea fortaleza,
a la que dulcemente bautizó con el nombre de su madre,
con un candor tan diligente como el que estilaban
los celestiales héroes de la guerra,
quienes estampaban en sus naves las más apetecibles siluetas
de imposibles hetairas hollywoodenses,
en diáfano tributo para la elevación de sus plegarias
e invocación de una piadosa aquiescencia que dispensara
amparo y santidad a sus funestos cultos sacrificiales.
Verle a él, vestido de serenidad,
un campeón de desgarbada sonrisa y vítrea, inválida mirada,
afirmando a cada momento que él no quedó loco,
que eran puras habladurías de la gente,
¿ podemos figurarnos mayor locura que ésta ?
Y al final ella, tan sola, tan apacible, tan ingenuamente dispuesta
para figurar como paloma mensajera del terror,
¿ cómo podía percatarse de que arrullaba en su seno
las demoledoras enseñas del hijo atrofiado
y vencido de la civilización ?
Ciertamente, los grandes hombres, los elegidos,
no fueron hechos para ponerse en la piel de los pequeños.
***
Enola Gay
El conato poético que puede verse más
abajo fue perpetrado hace unos doce años aproximadamente, no lo recuerdo
exactamente. Tuvo su origen en un añejo y lamentable documento fílmico
cuyo tema central no era otro que el ensalzamiento de las virtudes
tecnológicas y científicas que llevaron al descubrimiento de la fisión
nuclear y el increíble desarrollo de fuerzas tan monstruosamente
destructivas como jamás hubiera podido imaginar el más osado de los
novelistas de ficción. A lo largo de tal documento fílmico circulan,
entre otros, el capitán de la fortaleza aérea que cumplió la misión de
“probar” las virtudes de la fisión nuclear sobre la ciudad de Hiroshima,
Coronel Paul Tibbets; el inefable caballero Harry Truman (a quien no le
tembló jamás el pulso para deshojar margaritas) y un refinado
científico francés que se quejaba del poco respeto que muestra la
humanidad, hoy en día, a los avances de una enceguecida ciencia que
jamás tuvo en cuenta si sus inventos podían servir para aniquilar o
embrutecer al ser humano o si eran capaces de generar algún bien común.
En fin, al cumplirse los 50 años de la hecatombe de Hiroshima, el quincenario Letras
dedicó algunos números a tal acontecimiento y un amigo de esa casa me
preguntó si no quería yo colaborar con algo al propósito. Como estaba yo
en plenas correrías con la intentona poética que lleva por título el
desdichado nombre de quien fuera madre del capitán de la misión antes
aludida, opté por enviar ese texto al quincenario, que lo publicó en el
siguiente número. Forma parte de un conjunto de textos que se agrupan
bajo el nombre de Toma luz, toda la noche, y que con la aquiescencia de dioses, astros, flores, avatares y vaivenes acaso logre publicar algún día.
Como anécdota no quiero dejar de agregar
la sorpresa que me llevé ante la multiplicidad y disparidad de
comentarios que generó tal ensayo en algunos lectores. Hubo quienes
pergeñaran las más extrañas hipótesis acerca de quién fue Enola Gay, una
de ellas aseguraba que era una artista de cine, error atribuible quizás
a que uno de los íconos que portaba un avión de pruebas nucleares en
Islas Bikini, como blasón, correspondía a una de las más apetecidas
divas del cine de esos años, hecho que, por cierto, fue denostado por la
actriz. El más creativo de todos los comentarios fue el que alguien
esbozó sobre lo que sería una supuesta declaratoria de homosexualidad de
mi parte (claro, el título del intento poético desnudaba las honduras
de mi ser), tesis que no dejó de disparar mis más soberanas carcajadas.
Pobre Enola Gay, ¿acaso no bastaba ya con que hubieras dado a luz a un
aberrado inadvertido para quien el acto de exterminar niños inocentes
era cosa tan natural como el de tomarse unas cervezas con los compañeros
de misión?
Tales tesis y comentarios me llevaron a
re-escribir, días después, la parte final de Enola Gay, un tanto quizás
por enfermizo culto a lo explícito, pero otro tanto, también, porque me
resultó imposible (como me resulta ahora) desligar el hecho de que dos
matrices tan disímiles, pero en el fondo tan inocentes, los úteros de
Enola Gay-madre y de Enola Gay-pájaro plateado, pudieran haber acunado
en su seno a engendros tan descabellada e inadvertidamente homicidas.
lacl
(Fuente: Letras contra letras.blogspot.com)
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