CARTA NO ESCRITA PARA VICTORIA
Esta carta no es mía, Victoria,
la tomé prestada como Picasso
a las vasijas africanas y griegas.
Me apropié de ella con cierta
vergüenza al robarla del secreter
donde se apilaban otras cartas
como las de Napoleón a Josefina.
Lo hice, porque eso de escribir
no se me da muy bien. Y quiero
una carta que se empape
cuando escriba lluvia,
una carta que arda, furiosa,
cuando escriba hoguera o flamboyán,
una carta que suene como campanario
o nido de pájaros silvestres en zorzales.
Una carta así, no puedo escribirte, y
quiero hacerlo como un idiota que vaga
de un dintel a otro en los burdeles.
Un perro mojado en sus portales.
Y bueno, quise escribirte, algo,
unas palabras que vinieran de lejos,
donde los que escriben encuentran
las palabras, los versos, las cursivas.
Ya ves, Victoria,
nada te he dicho hasta ahora
y va la noche a beso con la madrugada,
y los caballos al galope se escuchan
con el azabache más puro. Y los chinches
dejaron su sangre sobre metates de piedra
para teñir los telares a raros dioses.
Y nada te he escrito, Victoria,
para decirte que toda la noche
quise escribirte y no pude.
𝐃𝐔𝐄𝐋𝐎
Las urracas se reúnen en bandada
en las fuentes donde bebía el muerto,
en las plazas, en los jardínes botánicos.
Permanecen ahí por días o semanas
hasta aceptar su ausencia e irse.
Los delfines cuidan los cadáveres
para que no sean sus cuerpos devorados
por los tiburones o peces pequeños.
Las orcas empujan a sus crías muertas
cuando éstas solo quieren hundirse.
Las llevan al aire fresco y salino,
empujándolas hasta cansarse
y ver cómo se hunden con ellas.
Los gansos se quedan solos, sin otra
compañera o compañero. Nunca vuelven
a la misma laguna ni surcan dos veces
los mismos puntos cardinales.
Los perros se echan bajo la cama,
escarban la tierra de los nichos.
Insomnes, miran al vacío y huelen
su ropa hasta que ya no huele a nada.
Todo esto y más hacen en sus duelos.
¿Quién puede juzgarlos como
[animales salvajes?
Acaso yo mismo no soy un animal
que bebe donde bebías. Que aleja
a los tiburones de los velorios. Que
insiste en empujarte fuera del agua.
Que se queda solo y pasa junto a la
puerta sin querer entrar al cuarto.
Un animal que mira al vacío
y huele tu ropa hasta gastarla.
MIGA
Esa mujer,
(que resulta ser mi madre)
también fue miga, clavo de olor,
pan blanco sobre la mesa.
Y la mujer que nace del pan
lleva migas y levadura
en su horno de barro.
Sé que vengo del polvo
-y falta el agua como el amor,
el viento fresco de un borde a otro
pero también de una mujer
que es una miga de pan tibio.
Nos vio crecer para ser segados
como el trigo aun entre la cizaña.
Y, cuando esa miga no esté más,
dejará su levadura sobre la tierra.
Un poema de Horacio Guarany,
para Horacio Guarany
HORACIO GUARANY
ve a su padre en el monte
con un hacha contra la zafra,
bravo como los indios sureños,
con la bravura del monte que doma
la crin de caballos salvajes.
Y los domingos, es su padre
una bestia cansada junto al vino.
Un cantor curtido en las sales
más amargas,
como los cueros de animales
que cuelgan en los tendederos.
Deja el hacha junto a la hoguera
y juega a ser una bestia
dócil e indefensa.
Acaricia a su esposa como el aire
que riza el lomo de los ríos.
Y es bueno.
Pueden tocarlo mansamente.
Baja su cabeza como lo haría
un toro agotado en los corrales.
Horacio Guarany
entiende que el vino es capaz
de devolverle a su padre la ternura,
las caricias a su madre,
las ganas de cantar.
Entonces
ama el vino para que la felicidad
sea por esta vez para los pobres.
𝗔𝗡𝗔𝗦𝗧𝗔𝗦𝗜𝗔
-levita
se sostiene en lo alto
[del campanario
Y cae
como un brote de lluvia
por una soga
En Rusia
las Anastasia
-levitan
también
como grandes
[duquesas
Se van a Nueva York
llenas de remolinos
e incertidumbres
para dejarte caer
un pez de hielo
en sus aceites
Al verla,
uno desea tocarla
con las manos grasas
[de un mecánico
con la tibia pluma
[de un cisne
Las Anastasia
conocen
el oficio de las sirenas
La estrategia pétrea
[de Medusa
Buscan
un rojo Minotauro
para perderse
en sus laberintos
Yo la miro
galopar sobre el aire,
descender por el tubo
como el brillo circular
[de las farolas
como
un sermón de agua
en los desiertos
Á𝐍𝐈𝐌𝐀𝐒
Las ánimas
bajan de los cocoteros
a las tres de la mañana
es la hora de las ánimas
y Jesús de la misericordia.
Todo te conceden
por una gota de sudor del Cristo,
un rezo que les corte su tiempo
en aquel fuego purificante.
No necesitás de las alarmas
si te despiertan con pellizcos
o mueven sillones y cortinas.
-Las ánimas cumplen-
Pero no debés faltarles o bajarán
desesperadas de los cocoteros
por esa gota de agua o de sudor.
Yo que vi a mi santa madre
doblegar indecibles demonios
con el miedo de los mortales
-le creo.
Yo que la vi acercarse
con el sudario café
de las promesas y gruesos
rosarios de la virgen de El Carmen
atados de la cintura
-le creo.
Las ánimas
bajan de los cocoteros,
portan collares de plata
con brazos, piernas,
bueyes, manitas o cabezas
de niño, casas, ojos, corazones
de las promesas pagas en la iglesia;
te los dejan en un rincón de la casa
cuando se liberan por tus rezos.
Los collares suenan al golpear
los metales entre sí, como cascabeles,
como valijas en los aeropuertos.
Las ánimas son desesperadas
y buenas, blancas sombras
en las veladoras y santuarios.
Mi madre
dice que van hacia los ríos
y no beben de ese portal de aguas.
Que todas las madrugadas
van a las tres al mismo río,
y los alcohólicos se arrastran
de cuatro patas a los estanques
para saciar la sed desesperada.
Y beben
y no sacian.
Y ruegan
por beber más.
Esperan el cielo.
Es lo único que esperan.
Y mi padre es un perro más
en la laguna de los perros.
Solo una gota de sudor,
una lágrima del rezo calma
a las almas penitentes.
Un ánima
siempre te cumple.
Rezá por tu padre, dice. Si abrís
los ojos a las tres de la mañana.
Rezá para que las ánimas bajen
de los cocoteros y se hundan
[en los ríos
como luciérnagas de agua.
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Fuente: Revista El Golem
(Fuente; Oscar Vicente Conde)
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