«De la isla de Ptyx»
Traducción de Juan Carlos Villavicencio
a Stéphane Mallarmé
La
isla de Ptyx está formada de un solo bloque de la piedra que lleva ese
nombre, cuyo valor es incalculable, pues sólo se ha visto en ella,
además de componerla íntegramente. Tiene la serena transparencia del
zafiro blanco, y es la única gema cuyo contacto no deprime, sino que
como el fuego entra y se despliega, de la misma manera como se digiere
el vino. Las otras piedras son frías como el grito de las trompetas;
esta guarda el calor precipitado de la superficie de los timbales. Nos
pudimos acercar fácilmente a ella, porque fue tallada en forma de tabla,
y creímos pisar un sol purgado de sus partes opacas o demasiado
brillantes de su lumbre, como las antiguas lámparas ardientes. Ya no
percibíamos los accidentes de las cosas, sino la sustancia del universo,
y por eso no nos preocupaba si la superficie impecable era de un
líquido equilibrado según las leyes eternas, o de un diamante
impenetrable, salvo por la luz que caía directamente.
El
señor de la isla llegó en una embarcación hasta nosotros: la chimenea
hacía redondos halos azules detrás de su cabeza, amplificando el humo de
su pipa e imprimiéndolo en el cielo. Y con el vaivén alternado, su
mecedora asentía con sus gestos de bienvenida.
Sacó
cuatro huevos con las cáscaras pintadas de abajo de su manta de viaje,
los que entregó al doctor Faustroll, después de beber. En la llama de
nuestro ponche florecieron y eclosionaron los gérmenes ovales en la
orilla de la isla: dos columnas distantes, aisladas entre sí por dos
prismáticas trinidades de flautas de Pan, florecieron cuando chorreó de
sus cornisas el apretón de manos cuadrigital de los cuartetos del
soneto; y nuestro as meció su hamaca en el reflejo recién nacido del
arco del triunfo. Dispersando la peluda curiosidad de los faunos y la
encarnación de las ninfas saciadas por la melodiosa creación, el claro y
mecánico navío retiró hacia el horizonte de la isla su aliento azulado y
la mecedora que decía adiós.*
* El río que rodea la isla se ha convertido, desde este libro, en una corona funeraria.
(Fuente: Descontexto)
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