Materia prima melancólica
A tu cuerpo se lo llevan a pulso las palabras que se dicen
para no hablar.
Carretilla sin rueda, tu baúl de cartón colorado se derrumba
entre las vías muertas.
Y todo huele a pluma quemada.
Pasan dos peones forcejeando en una zorra. Y ya se alejan
hipando:
-¡No te me echés p'atrás, brasa en el culo!
-Y vos no me sigás dando soga, che...
Era nomás la vecinita aquella, la que esperaba el ómnibus
en el descampado bajo la sombra rala del paraíso aquel.
Última chance: las palabras resbalan como agujeros de
cinturón.
Hay que llevarse el cuerpo que amenaza siempre con la
última palabra.
La palabra filosa contra los palabreros de ley que acabarán
por apalabrarnos.
Metido en bolsa de arpillera se sienten las patadas de los
materos de amargos. Después, el gusto del sisal con que te
cosen la boca, las orejas, los ojos y el culo, naturalmente.
El tordillo desensillado masca sus brotes agrios. Hay moscas
sobre la bosta dulce y fresca. La roldana canta y canta
mientras el balde sube baja. Agüita de las palabras.
Es sábado. Los obreros de vialidad ya se fueron de farra. El
viento silba entre las chapas de la casilla solitaria junto a la
ruta. Poco más allá, rosa de fuego en la penumbra, un
camión se muere ahí nomás, haciendo señas.
Publicado en Diario de Poesía N11, Buenos Aires, verano 1988; y en La novia de Tyson, N2, Buenos Aires, marzo 1999.
(Fuente: Salado del sur editor)
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