Wislawa Szymborska
AMOR FELIZ Y OTROS POEMAS
ALGO EVIDENTE
Henos aquí, amantes desnudos,
bellos –y mucho- para nosotros mismos,
sólo cubiertos con hojas de párpados,
recostados en una noche profunda.
Pero saben ya de nosotros, saben,
estas cuatro esquinas, este quinto horno,
esas sombras sagaces sentadas en las sillas
y la mesa con su muy significativo silencio.
Y saben los vasos por qué, en el fondo,
El té se enfría sin que nadie se lo tome.
Swift ya no tiene ninguna esperanza,
nadie lo leerá esta noche.
¿Y los pájaros? No te hagas ilusiones:
ayer vi como en el cielo
escribían abierta y claramente
el nombre con el que te llamo.
¿Y los árboles? Dime qué quiere decir
su murmullo infatigable.
Dices: tal vez el viento tenga a bien saber.
¿Y cómo supo el viento de lo nuestro?
Entra por la ventana una mariposa nocturna
y con sus alas velludas
ensaya despegues y aterrizajes
zumbando terca sobre nuestras cabezas.
¿Acaso ve más que nosotros
con la agudeza de su vista de insecto?
Yo no lo presentí, tú no lo adivinaste:
nuestros corazones brillan en la oscuridad.
SIN TÍTULO
Tanto se quedaron solos,
tanto sin una palabra,
en tal desamor, que merecen un milagro:
un rayo desde una nube alta, convertirte en piedra.
Dos millones de ejemplares de la mitología griega
y no hay salvación para ella ni tampoco para él.
Si cuando menos alguien estuviera de pie junto a la puerta,
si cualquier cosa apareciera, cuando menos un momento, y desapareciera:
algo triste, optimista, de donde sea, de ningún lado,
que provocara risa o miedo.
Pero no va a pasar nada. Ninguna espontánea
improbabilidad. Como en un drama burgués
será una separación correcta hasta el final,
no honrada ni siquiera por un hoyo en el cielo.
En el fondo inconmovible de la pared,
deplorables el uno para el otro,
están de pie frente al espejo, en el que
no hay nada más que un consecuente reflejo.
Nada más que el reflejo de dos cuerpos.
La materia está todo el tiempo en guardia.
Qué larga, amplía y alta,
en la tierra, en el cielo y a los lados
cuida de los destinos innatos,
como si por un corzo inesperado en este cuarto
tuviera que desplomarse el universo.
TOMANDO VINO
Me miró, me dio belleza,
y yo la creí mía.
Feliz, me trague la estrella.
Permití ser pensada
a imagen del reflejo
producido en sus ojos. Bailo, bailo
al compás de repentinas alas.
La mesa es una mesa, el vino, vino
en una copa, que es una copa
y está estando en la mesa.
Y yo soy imaginaria,
increíblemente imaginaria,
imaginaria hasta la médula.
Le hablo de lo que quiere, de las hormigas
que mueren de amor
bajo la constelación del diente de león.
Juro que una rosa blanca
salpicada de vino, canta.
Me río, inclino la cabeza
con cuidado, como si comprobara
un invento. Bailo, bailo
en una sorprendida piel, en un abrazo,
que me crea.
La Eva de la costilla, la Venus de la espuma,
la Minerva de la cabeza de Júpiter
eran más reales.
Cuando él no me mira,
busco mi reflejo
en la pared. Y sólo veo
un clavo del que han descolgado un cuadro.
PAISAJE
En el paisaje del viejo maestro
los árboles tienen raíces bajo el óleo;
el sendero, seguro, que conduce al objetivo,
la brizna de hierba, seria, sustituye la firma,
son las fidedignas cinco de la tarde;
mayo está delicada pero categóricamente detenido,
así pues yo también me detuve: sí, sí, querido,
yo soy esa mujer bajo el fresno.
Mira cuánto me alejé de ti,
qué gorro blanco tengo y qué falda amarilla,
qué bien agarro el cesto para no dejarme salir del cuadro,
cómo poso en un destino ajeno
y descanso de los secretos vivos.
Aunque llames, no te oiré,
y aunque te oiga, no me giraré,
y aunque hiciera ese movimiento imposible,
tu rostro me parecería ajeno.
Conozco el mundo en un radio de seis millas.
Conozco hierbas y conjuros para todos los dolores.
Dios todavía me mira la coronilla.
Rezo todavía por una muerte no repentina.
La guerra es un castigo y la paz un premio.
Los sueños vergonzosos provienen de satanás.
Mi alma es tan evidente como el hueso en la ciruela.
No conozco el juego del corazón.
No conozco la desnudez del padre de mis hijos.
No sospecho que el Cantar de los Cantares
sea fruto de un complejo manuscrito lleno de tachaduras.
Lo que quiero decir está en frases preparadas.
No uso la desesperación, porque no es cosa mí,
y sólo me fue entregada en depósito.
Aunque me cortaras el paso,
aunque me miraras a los ojos,
te dejaría atrás por el borde mismo del precipicio, más delgado que un cabello.
A la derecha está mi casa que conozco por los cuatro costados,
junto con sus escaleras y su entrada al interior,
donde tienen lugar historias no pintadas:
el gato salta al banco,
el sol cae sobre un jarrón de estaño,
detrás de la mesa hay un hombre huesudo sentado que agarra un reloj.
ENSERES MASCULINOS
Es uno de esos hombres que todo lo quieren hacer ellos mismos.
Hay que ser amado con estantes, cajones y guarismos,
con lo que hay en sus armarios o que por debajo asoma.
Taladros, martillos, tenazas, un crisol, una redoma.
No hay cosa que no sirva para nada.
Varillas de paraguas, resortes, una cuchilla oxidada,
pegamentos medio secos, tubos medio exprimidos,
frescos grandes y pequeños con líquidos podridos,
un surtido de piedritas, un yunquecito, un torno,
un despertador y a un lado cien tornillos sin retorno,
un escarabajo muerto dentro de una jabonera,
y esa botella que tiene pintada una calavera,
molduras largas y cortas, enchufes, juntas, un broche,
tres plumas de gallineta traídas del Mamry una noche,
varios corchos de champán atrapados en cemento
y dos lentes chamuscadas durante el experimento,
una pila de tablitas y barritas, cartoncitos y plaquitas
que tuvieron algún día –o tendrán- utilidad infinita,
mangos de distintas cosas, jirones de manta, retazos de cuero,
montones de llaves y clavos y un tirachinas de niño certero…
¿Y si tiráramos algo? –pregunté yo una vez, inocente.
El hombre al que amo me miró severamente.
RETRATO DE MUJER
Tiene que ser para elegir.
Cambiar para que no cambie nada.
Es fácil, imposible, difícil, vale la pena intentarlo.
Tiene ojos, si hace falta, a veces grises, otras azules, negros, alegres, llenos de lágrimas sin motivo.
Se acuesta con él como primera de la fila, la única en el mundo.
Le da cuatro hijos, no le da hijos, le da uno.
Ingenua, pero de buenos consejos.
Débil, pero puede con la carga.
No tiene nada en la cabeza, pero lo va a tener.
Lee a Jaspers y revistas femeninas.
No sabe para qué es ese tornillo y construye un puente.
Joven, como de costumbre joven, constantemente joven.
Tiene en la mano un gorrión con el ala rota,
su propio dinero para un viaje largo y lejano,
un cuchillo, una compresa y un vaso de vodka.
Adónde va con tanta prisa, ¿no estará cansada?
Claro que no, sólo un poco, mucho, no importa.
O lo ama o está encaprichada.
En las buenas, en las malas y por el amor de Dios.
AMOR A PRIMERA VISTA
Ambos están convencidos
de que los ha unido un sentimiento repentino.
Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.
Imaginan que como antes no se conocían
no había sucedido nada entre ellos.
Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos
en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?
Me gustaría preguntarles
si no recuerdan
-quizá un encuentro frente a frente
alguna vez en una puerta giratoria,
o algún “lo siento”
o el sonido de “se ha equivocado” en el teléfono-,
pero conozco su respuesta.
No recuerdan.
Se sorprenderían
de saber que ya hace mucho tiempo
que la casualidad juega con ellos,
una casualidad no del todo preparada
para convertirse en su destino,
que los acercaba y alejaba,
que se interponía en su camino
y que conteniendo la risa
se apartaba a un lado.
Hubo signos, señales,
pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o incluso el último martes?
Hubo algo perdido y encontrado.
Quién sabe si alguna pelota
en los matorrales de la infancia.
Hubo picaportes y timbres
en los que un tacto
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizá una cierta noche el mismo sueño
desaparecido inmediatamente después de despertar.
Todo principio
no es más que una continuación,
y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad.
Traducción: GERARDO BELTRÁN y ABEL MURCIA SORIANO
Amor feliz y otros poemas. Caracas. bid & co. editor. 2010. Págs. 15-16, 27, 35-36, 43-44,55, 67, 87-88.
(Fuente: La Mecánica Celeste)
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