jueves, 22 de junio de 2023

Elizabeth Jennings (Reino Unido, 1926 - 2001)

 

MI ABUELA

 
 
Tenía una tienda de antigüedades — o ésta la tenía a ella.
Entre cucharas de apóstol * y cristal de Bristol,
sedas descoloridas, muebles pesados,
contemplaba su propio reflejo en las bandejas
de metal y las copas de plata, como para demostrar
que el brillo lo es todo, que no se necesita amor.
 
Y recuerdo que una vez me negué
a salir con ella, porque tenía miedo.
La razón quizá fuera que no quería me tratasen
como a un objeto antiguo. Aun cuando nunca dijo
que le doliese mi actitud, yo podía sentir la culpa
de esa negativa imaginando cómo se sentiría.
 
Tiempo después, demasiado débil para llevar un negocio, guardó
todos sus objetos más valiosos en una habitación pequeña.
El lugar olía a viejo, a cosas que llevaban demasiado tiempo encerradas,
el olor de ausencias donde aparecen las sombras
a las que no se les puede sacar brillo. Ya no había nada
a lo que devolver de nuevo su propio reflejo.
 
Y cuando ella murió no sentí pena ninguna,
sólo la culpa por haberla rechazado una vez.
Entré en su habitación en medio de altos
aparadores y armarios — cosas que ella nunca usó
pero necesitaba y en las cuales no había ni la marca de un dedo,
sólo el polvo nuevo que caía a través del aire. 
 
 
 
____________________
en "Collected Poems 1953-1985", Carcanet, Manchester, 1987. Versión de Jonio González. 
 
* Las llamadas cucharas de apóstol tienen la imagen de un apóstol o un santo en el extremo del mango. Servían como recordatorio de la Última Cena. Eran apreciadas sobre todo en Alemania y, especialmente, Inglaterra. (N. del T.)
 
 

MY GRANDMOTHER
 

She kept an antique shop – or it kept her.
Among Apostle spoons and Bristol glass,
The faded silks, the heavy furniture,
She watched her own reflection in the brass
Salvers and silver bowls, as if to prove
Polish was all, there was no need of love.
 
And I remember how I once refused
To go out with her, since I was afraid.
It was perhaps a wish not to be used
Like antique objects. Though she never said
That she was hurt, I still could feel the guilt
Of that refusal, guessing how she felt.
 
Later, too frail to keep a shop, she put
All her best things in one narrow room.
The place smelt old, of things too long kept shut,
The smell of absences where shadows come
That can’t be polished. There was nothing then
To give her own reflection back again.
And when she died I felt no grief at all,
Only the guilt of what I once refused.
 
I walked into her room among the tall
Sideboards and cupboards – things she never used
But needed; and no finger marks were there,
Only the new dust falling through the air.
 
 
(Fuente: Jonio González)

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario