El alce macho
Descendiendo de la niebla púrpura de los árboles en la montaña
tambaleándose a través de bosques de pícea blanca y cedro,
dando traspiés por pantanos de alerces, vino el alce macho
para ser detenido finalmente por una dehesa vallada con estacas.
Demasiado cansado para girar o, acaso, consciente
de que no le quedaba adonde ir, permaneció con el ganado.
Este, oliendo el almizcle de la muerte, viendo su gran cabeza
cual la máscara ritual de un dios de sangre, marchó al otro extremo
del campo, y aguardó.
Los vecinos se enteraron de ello, y por la tarde
había coches alineados en la carretera. Los niños le atormentaban
con varas de aliso y él los miraba fijamente
como un viejo y tolerante perro pastor. Las mujeres preguntaban
si podría haberse escapado de una feria.
El más viejo de la parroquia recordaba haber visto
a un alce capado uncido bajo el yugo con un buey para arar.
Los muchachos emitían risitas e intentaron verter cerveza
en su garganta, mientras sus novias les hacían fotos.
Y el alce macho les dejó acariciar sus flancos asolados de garrapatas,
les dejó que abrieran fisgonamente sus quijadas con botellas,
dejó que una chica de risilla tonta
depositara una pequeña gorra púrpura
de cardos sobre su cabeza.
Cuando vinieron los guardias, todos coincidieron en que sería una vergüenza
matar de un tiro algo tan lanudo y abrazable.
Parecía la clase de animal doméstico
que las mujeres acuestan con sus hijos.
Así que no abrieron fuego. Mas justo cuando el sol se hundía en el río,
el alce macho reunió todas sus fuerzas
como un rey en el patíbulo, se puso tenso y alzó sus cuernos,
con lo que incluso los guardias se echaron atrás y levantaron sus rifles.
Cuando él bramó, la gente corrió a los coches. Todos los muchachos
se apoyaron sobre sus bocinas mientras se venía abajo.
Alden Nowlan, incluido en Antología de la poesía anglocanadiense contemporánea (Los libros de la frontera, Barcelona, 1985, selec. y trad. de Bernd Dietz).
(Fuente: Asamblea de palabras)
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