viernes, 23 de junio de 2023

Gabriel Arturo Castro Morales (Bogotá, Colombia, 1962)

 


TESTAMENTO SALINO
 

Hasta la próxima mudanza del tiempo líquido, Dios inventará el ojo lector y un extraño deseo: “Levantar este mundo de nombres imborrables”, sin esplendor, anticuados y necios, mientras las migajas de la vida y del mundo se pierden.
Él sabe que tan sólo se trata de un ejercicio de silabas, la penumbra de la Escritura interna, lo esbozado, lo ambiguo, la letra temblorosa de sus manos. La petición escrita la pone todo en minúsculas, constata que la perversa doctrina nos mantenga atados, mientras leemos la verdad del poder, su inutilidad final, la estricta aridez de las nueces de lodo. El desierto camina desde que les prometieron a otros la tierra, una muchedumbre cuya sombra se arrodilla ante un rostro arbitrario.
Hemos cruzado la frontera del agua. Noé habrá muerto de inanición, colmado de sed; debajo de su brazo un testamento salino y un corazón de mar pequeño. 
 
 
 

PEQUENA HABILIDAD
 

Un ademán calla al viejo que tiene los ojos frente a la Historia.
Se niegan los huesos, los nudillos golpean la frente, pero se aceptan las reverencias de hombres cerrados y ejemplares. Su único prestigio es tener las gargantas agónicas de los ahorcados y una colección de ojos hinchados de sus viudas que escuchan hablar de la limitada habilidad del orador y de su espigada tolerancia.
Permanecemos ligados al pasado por las palabras de un muerto. 
 
 
 

FLOR CENICIENTA 
 

Cada hombre y mujer siente secarse la flor en su frente, cómo se quema con destreza su piel, antes de fallecer en la llama y en el alba. La luz cambia todo rostro, los dientes y el cuerpo se desnudan, la fe y su mirada inflamada se pierden entre las altas hierbas, en medio de aquellas flores espléndidas pero erróneas, insertas o lentas, de rara fragilidad.
Flor de consolación, de estampa huesuda y cenicienta, sobre un paisaje que nace de los lagos cavados por nuestra sed e insólita sangre.
[Nos sorprende la noche al fondo de una cerradura, el humo verde y un silabeo de un pájaro atado a la luz de un alfiler].
Una flor extraña y un jardín cerrado eternamente nos esperan.
 
 
 

EL MUNDO DE OJOS ENCENDIDOS 
 

Sigue en pie,
siempre en pie
la antigua inundación de niños.
Puede más la ventana de rostros inesperados,
el mundo de ojos encendidos, que los ruidos,
atrás, de los cerillos, de la colera intima o
del rumor y rigidez de la campana. 
 
 
 
 

EL SABOR VERTICAL DE LA MIEL

 
El hilo negro de la añoranza,
la oscura pero dulce edad de la evocación
[cuando el sueño flota con su mínima luz]
el hilo mismo de la noche,
le cose la piel a un esqueleto de boca imperfecta.
Un dedal de agua lluvia escapa de la mano,
de la huella del pulgar,
del índice dibujado en el burdel y en el cemento.
 
Sagacidad de las manos,
en el puño el espejo lunar,
el imán y el hierro,
minúsculas navajas,
una ciudad sin ley
y un tren fantasma.
 
Memoria afligida,
El paladar ya no tiene el sabor vertical de la miel.

 

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