el espacio de la poesía
El
espacio de la poesía es ilimitado y oscuro. O mejor, más precisamente,
el espacio que nos separa del acontecimiento poético es una larga
tiniebla. Cada palabra que encontramos va abriendo la tiniebla, la
hiende, la desgarra, descubriendo en ella jirones de luz a cada paso.
El umbral del abismo infunde temor, pero es indispensable deponer las armas para entrar.
Al
final se llega a un centro y es la plenitud. Pero la dicha dura poco.
El orden creado, por un instante perfecto, en seguida resulta fugaz. La
onda tumultuosa de lo real invade la quietud feliz de nuestra orilla,
trayendo desconcierto y pena.
Sólo
con el tiempo y no siempre, sino a veces, en la lectura del pasaje
escrito, se recupera una sensación de belleza y el recuerdo de una
beatitud. Sin embargo, el recuerdo no satisface; al contrario,
despierta, incita. Y entonces, poco más tarde, nos volvemos a encontrar
con la pluma en la mano, única espada admitida.
Escribir se vuelve de este modo una compulsión, un drama y una alegría, un oficio infinito, como la vida.
(Fuente: La comparecencia infinita)
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