Invierno
Gracias, junio, tu niebla ha avanzado sobre mi corazón
y lo ha aplacado. Ahora voy a enterrarlo
con ramas y hojarasca. Allí quedará muerto y ceniciento
después de haber crepitado al sol
este verano, como si fuera un animal
gozoso bajo un cielo infinito.
Tus noches son largas, y esas son las que convienen
a mi imaginación. Le hacen bien tu oscuridad, tu falta de delicadeza
y esa helada indiferencia para con los frutos que se revuelven sobre sí,
y allí se duermen, sin soñar, sin desear, sin esperar
el tiempo o nada. Una eternidad oculta
y áspera es lo que ansío. Si puede llamarse ansia
al deseo apagado de estas noches.
Noche tras noche controlo el pequeño rescoldo que nos mantiene vivos,
apenas el suficiente para que el corazón no se hiele,
ni desaparezca aquello que fuimos, desvanecido como un hálito leve.
¿Cómo mantenernos, me pregunto, en equilibrio
entre aquello que fue nuestra suerte
y lo que preferimos olvidar?
Rescoldo pálido, atención delicada a nuestros huesos, y olvido.
Bebo su caldo.
Controlo el camino por el que nadie vendrá, y el temor no es ése, sino el contrario;
si por ese camino no me iré, sin darme cuenta. Una ventana no es una incitación
y ni siquiera una puerta. Pero es la constatación
de que hay afuera. Eso vigilo, y quien soy.
El invierno ha venido y es lo que esperaba.
***
De "Cabeza de artista" Ediciones en Danza, 2016
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