MUSEO DEL ORO - SAN JOSÉ DE COSTA RICA
¿se resguarda en el cuerpo del halcón,
del tucán, del águila mora?
la ventura animada de su voz
¿está en el viento?
los árboles que el poeta feroz hachaba
¿tocones mudos, constelaciones?
la escala métrica, metálica
¿desmedida, destartalada?
la lluvia en el bosque lluvioso no redunda,
es oro en estas piedras,
oro arrasado que dibujó formas animales en la protohistoria
y hoy reposa en vitrinas de museo —
murciélagos, ranas de patas traseras
prodigiosas que largan fuego o agua o algas por sus bocas,
sucesión de mariposas atrapadas en vuelo inocurrido, serpientes
que inoculan su veneno —que es su sabiduría— al chamán
que parece una rana porque también
lanza fuego o agua o algas por la boca.
la tierra es una esfera de doble cara —
una para los vivos, otra para los muertos.
hay más de un universo, dice alguien,
y las iglesias sucumben porque
¿habría entonces más de un cielo?
pero el paraíso no tiene retorno, ni contorno:
es fruto y hurto de la imaginación.
¿y las flores? rojas, salvajes, fabulosas con la enormidad del rayo
tientan por igual a colibríes y monos
y ninguna especie triunfa sobre ellas
ni sobre el agua.
el Mar Caribe, que esconde tanta sangre en sus fosas
como el bandido Mi Sangre en su pechera,
algún día se llevará esta orilla
y esta selva
hacia el fondo
donde habitan las criaturas fantásticas inaccesibles
las del azul únic
y el naranja fosforescente
que reflejan
el color del cielo cruzado por el sol
o el de una naranja
que todavía cuelga
de un árbol
mientras las flores
que son azahares
perfuman el aire caliente
y alguien —¿quién?— pasa en bicicleta
y deja la marca de las ruedas
en la tierra húmeda
(Fente: Daniel Rafalovich)
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